Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 18 de abril de 2016

NI UNO, NI DOS, NI TRES
La llegada del nuevo inquilino al edificio ha generado un pequeño caos. El vertebrado acuático, comúnmente conocido como pez y de nombre Hércules, vino dentro de una pecera de cristal protegida por una caja de cartón que ponía "frágil" y con remitente de San Cugat del Vallés. Tras leer la diminuta tarjeta que acompañaba al paquete, nos enteramos de que se trataba de la mascota del nieto de doña Monsi que anunciaba que, en las próximas semanas, aterrizaría en la Isla para cuidar de ella.
-¿Es que acaso está enferma? -preguntó Brígida, pensando que la presidenta tenía una enfermedad contagiosa grave que, seguro, se la habría pegado antes de marcharse a Panamá, con lo que empezó a toser de forma descontrolada.
-Sí, está muy enferma pero de las malas ideas que tiene acumuladas -comentó la Padilla, apartando a Cinco Jotas, no fuera a coger alguna bacteria.
-A mi me da que el niñato este quiere sacarle dinero a la abuela -conjeturó Carmela mientras pasaba la fregona con las mellizas en brazos porque, al final, las ha quitado de la guardería.
-Lo que nos faltaba. Otro cáncamo más en el edificio -se quejó María Victoria, embutida en su última adquisición textil: un pantalón de pata de gallo de pelea recién salido de un combate que si lo ve el diseñador Lucas Balboa no vuelve en sí hasta dentro de tres días.

A la espera de que doña Monsi regrese de su viaje paradisiaco por Panamá, donde ya pudo confirmar que ella no está en los famosos papeles y que, por tanto, no tiene que dimitir de presidenta, en el edificio decidimos que María Victoria se quedara unos días con Hércules, el pececito de color naranja.
-Pero ¿por qué yo? -preguntó con los dientes apretados.
-Porque tú te llevas bien con los animales -trató de animarla Carmela, evocando el armario de su vecina, atestado de faldas, pantalones, pijamas, calcetines, camisas y chaquetas con todo tipo de referencia animal.
-Pobres bichos. Eso es burlarse de ellos -dijo Brígida apenada.
-Tú te callas que nos endosan al Nemo ese -le advirtió su hermana.
-El día menos pensado llamo a una protectora -comentó la Padilla que le ha prohibido a María Victoria cualquier referencia porcina en la ropa.
-¿Ni siquiera Pepa Pig? -preguntó la mujer, la tarde que estuvo a punto de comprarse una camiseta con la carita de la televisiva cerda en brillantina.
Sobre el pececito no hubo más discusión. A pesar de que Xiu Mei insistía en quedarse con él, Bernardo le dijo que nanai y María Victoria se tuvo que hacer cargo de la pecera. Esa noche no pegó ojo porque, desde la cama, escuchaba cómo Hércules aleteaba impaciente de un lado a otro. Además, aquella bola de cristal, llena de agua y plantas, emitía un sonido extraño, como si 47 años después, todavía Armstrong estuviera tratando de conectar con Houston para confirmar que habían alunizado. En la oscuridad de la noche y con la linterna que usa de madrugada en sus escapadas a la nevera, María Victoria se acercó hasta el mueble donde había colocado la pecera y, como si fuera a coger in fraganti a un ladrón, le disparó el foco de luz.
-¡Dios mío! -gritó al descubrir una decena de pececillos todos iguales nadando sin rumbo ni orden.
Sin esperar a que amaneciera, lo cual hubiera sido un detalle por su parte, la mujer subió a avisarnos de la extraña noticia. Dos horas después, todos seguíamos en el salón de María Victoria, mirando incrédulos aquella pecera que cada vez más se iba llenando de peces y más peces.
-Y ahora ¿cuál es Hércules? -preguntó Brígida, moviendo la cabeza como si estuviera viendo un partido de tenis.
-Ay, a mi me da que todos son él -dijo Carmela.
-Toma versión cutre de la multiplicación de los peces. Ahora, vendrá la de los panes -apuntó Eisi tirado en el sillón, pensando en su bocata de sardinas diario.
El ruido dentro de la pecera era ensordecedor. Casi no cabían ya. En medio de aquella situación, Xiu Mei nos miró a todos asustada.
-Yo solo dar vitaminas él.
-¿Que tú qué? -exclamó su marido.
Aterrada, la Padilla le arrancó el frasco de la mano y leyó: "Máscara de pestañas con efecto multiplicador".

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