Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 9 de mayo de 2016

BENDITO SILENCIO
Una cosa es que hiciéramos la vista gorda para que pudiera oficiar misa en el portal. Otra, que María Victoria le dejara quedarse en su piso a la espera de ver qué ocurre con su abuela e, incluso, que Brígida le cocinara las hostias. Lo que ya se pasó de castaño a oscuro es que insistiera en colocar unas campanas en el ático para llamar a la oración. La llegada al edificio del padre Dalí no ha hecho sino liarlo todo.
Bernardo era el más contento porque estaba haciendo el agosto en pleno mes de mayo con tanto traer y llevar en su taxi a las señoras que venían a misa de seis.
-Mi no gusta que tú vas solo con mujeres en taxi -se quejó Xiu Mei, que no sé yo qué peligro le ve a que unas señoras de ciento cincuenta, o más, se suban al coche de su marido. Por si acaso, ella decidió acompañarle, pero, a los dos días, desistió. No soportaba el intenso olor a perfume de las mujeres.
-A mí me da que estas no se echan colonia, sino que se meten directamente en el frasco -comentó Carmela abanando la puerta de entrada al edificio para ventilar el olor a Channel número cinco, número seis, siete, ocho, nueve y diez que había dejado impregnado en las paredes. Pero lo que más le agobiaba no era tanto el tufo penetrante como el trajín que había de un lado a otro de las escaleras.
-Me están cambiando las pelusas de sitio y me estoy poniendo nerviosa -se quejó.
-Sí, claro. Llevan tanto tiempo con nosotros que hasta las conocemos por su nombre -criticó la Padilla, que achaca la alergia que ha desarrollado Cinco Jotas a la limpieza deficitaria del edificio. El pobre cerdo se pasa el día estornudando y, dado el tamaño de sus orificios nasales, no les cuento lo que sale por ahí.
Ante la insistencia del padre Dalí con poner unas campanas, tuvimos que alertarle de que doña Monsi empezaba a sospechar que algo ocurría en el portal y no se creía la excusa de que no podía bajar, de seis a siete, porque Carmela hacía limpieza a fondo.
-Como se entere de que hemos dejado que su nieto, al que repudia solo porque es cura, está oficiando misa en su propio edificio, se nos cae el pelo -temió María Victoria, encajada en un traje de color verde mantis religiosa, en homenaje al padre Dalí.
-A mí da pena cura no tener campanas -dijo Xiu Mei.
Solo era cuestión de tiempo que la presidenta descubriera el engaño, así que el jueves Úrsula nos reunió a todos en su piso y nos detalló un plan que ni Eisenhower cuando organizó el desembarco de Normandía.
Al día siguiente por la tarde nos preparamos para el ataque. El objetivo: lograr que las señoras desistieran de venir a misa.
La señal de inicio era el cuarto estornudo de Cinco Jotas después de las 17:00 horas. En ese instante, María Victoria encerró en la habitación al padre Dalí, que apuraba los últimos segundos de su siesta. Mientras, abajo, Carmela fregoteaba el suelo con dos litros y medio de LouLou de Cacharel. 
Había que contrarrestar el perfume de las mujeres. En una esquina del portal, Eisi con su vieja chupa de cuero, afinaba su sagrada Gibson SG. Por fin, a las seis menos diez minutos, llegó la primera remesa de señoras.
-¿Y el padre Dalí? -preguntó una de ellas.
-Señora, aquí el único padre soy yo: el padre del rock and roll -gritó sacando la lengua y, haciendo un quiebro de cadera que casi se descoyunta, empezó a tocar. Por decir algo.
-Pero qué horror es esto. ¡Pare! -gritó una de ellas con el aspecto que tienen mis calcetines cuando la lavadora termina el centrifugado.
La mezcla de perfumes en aquel lugar tan reducido generó un ambiente asfixiante y Cinco Jotas empezó a estornudar hasta veinte veces seguidas sobre las mujeres que quedaron empapadas en lo que quiera que el animal expulsó. Eso sí que neutralizó al Channel. Eisi dejó de tocar.
En medio del bendito silencio, empezaron a sonar unas campanas. Eso no estaba en el plan.
-Mi primo dejar precio bueno. El colocar ayer -confesó Xiu Mei.
Lo siguiente que sonó fue la voz profunda de doña Monsi.

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