Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 14 de marzo de 2016

VISITA INESPERADA
Llevábamos cinco días sin noticias de Eisi. Lo último que supimos de él fue que subía al Teide por La Esperanza para comprobar, según nos contó, si la carretera estaba apta para organizar una excursión del edificio a ver la nieve. A María Victoria le hizo mucha ilusión la idea porque tiene un abrigo con rayas de cebra de montaña que no ha estrenado y que, si no lo hace ya, lucirá el próximo fin de semana en la Feria de la Moda de Tenerife. Empezamos a preocuparnos por Eisi cuando un señor, más ancho que alto, entró en el portal y preguntó por él. Carmela respondió bruscamente.
-No sabemos nada de él. ¿Para qué lo quiere? 
El hombre se desabrochó la gabardina y una barriga, en la que podría caber él mismo tres veces, surgió de repente poniendo distancia entre ambos. 
-Habíamos quedado hoy -dijo, y giró la cabeza hacia la puerta donde esperaba una guagua con cincuenta personas ansiosas por entrar a nuestro edificio. Al verlos, Carmela cerró de un portazo.

-Aquí no entra nadie. Acabo de fregar -se excusó blandiendo la fregona como el Cid Campeador.
-El hombre parecía dilatarse por segundos y temí que explotara, pero, por fortuna, suspiró y perdió un poco de volumen, lo que aprovechó para apretarse el cinturón, evitando que la barriga se le derramara por todos lados.
-Somos un grupo de vecinos del otro lado de la isla y el señor Eisi nos invitó a visitar su edificio. 
-Pues él no está, así que mejor se vuelven a casa -sentenció doña Monsi, que llegaba en el ascensor. 
En el exterior, la temperatura había bajado y llovía. Los pasajeros de la guagua aporreaban la puerta para que les dejáramos entrar.
-Pobrecillos, voy a dejarles pasar -propuso la Padilla. 
-¡Ni se te ocurra! Este edificio tiene un límite de carga y con tu cerdo ya lo superamos.
-Pues no pienso moverme de aquí -aseguró el señor-. Hemos venido desde bien lejos. Le conmino a que abra esa puerta.
-A mí usted no me insulta -se enfadó doña Monsi y ordenó a Carmela que pasara el fechillo. 
Úrsula bajó las escaleras, que son de su responsabilidad tras el reparto de cargos presidenciales, y se quejó de los malos modos de doña Monsi.
-Caballero, disculpe a la "señora". Dígale a sus vecinos que pueden visitar nuestro edificio con mucho gusto. Carmela abre esa puerta. Ya me encargo yo de recibirles en "mis" escaleras. 
-Pero Úrsula, acabo de fregar.
-Nadie lo diría. Podría saludar a cada pelusa por su nombre.
A regañadientes, Carmela abrió la puerta y una marabunta entró atropelladamente. El señor de la barriga les indicó que subieran por las escaleras. Durante tres horas, Úrsula y su hermana enseñaron cada rincón del edificio y se hicieron selfis con todos ellos. 
-Qué asco. Esto huele a humanidad -se quejó María Victoria, vaciando el ambientador en el rellano de su piso justo cuando pasaba uno de los visitantes, un señor alto con bigote y envuelto en un abrigo de tartán escocés, que le dio las buenas tardes. Ella sintió el flechazo de Cupido y se quedó con la boca abierta tragándose el aroma a pino verde.
Ya al anochecer, el jefe de la expedición bajó las escaleras para regresar a la guagua, pero, al cruzar la puerta, se quedó atascado impidiendo que el resto pudiera salir. Avisamos a Bernardo, porque el portal superaba el aforo permitido, pero no pudo hacer nada. El hombre se había dilatado más que una pupila después de veinte gotas.
Como ya era la hora de cenar, Úrsula nos encargó que preparásemos unas tortillitas para los visitantes mientras esperaban a que su presidente fuera desencajado de la puerta. A Carmela se le ocurrió que si él suspiraba varias veces igual se desinflaba. La idea funcionó y, por fin, a las diez de la noche, la guagua se marchó calle abajo. María Victoria se despidió de su enamorado con una caída de párpados. 
Cuando nos íbamos a acostar, escuchamos entrar a Neruda en el edificio y corrimos de nuevo al portal para preguntarle, preocupados, si sabía dónde estaba Eisi.
-Sí, claro. Está pasando unos días en el Parador del Teide. He venido a buscarle algo de ropa. 

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