QUE CORRA EL AIRE
El calor ha hecho verdaderos estragos esta semana entre los vecinos, y solo cuando Carmela sufrió un mareo que la dejó escarranchada en medio de las escaleras, doña Monsi aceptó buscar una solución para hacer frente a las altas temperaturas.
-Vaya, ¡por fin se digna a poner aire acondicionado! -se emocionó la Padilla, que, desde el lunes, lleva sin sacar a Cinco Jotas del edificio por miedo a que sude como un cerdo. Como si fuera otra cosa.
-No te ilusiones, que si termina poniendo uno será de esos baratos -dijo Carmela con un ventilador colgado a la espalda que le ha fabricado Eisi para estos días de calor intenso.
El jueves por la tarde despejamos nuestras dudas, cuando dos señores cargados -uno con una caja y otro con una factura- llegaron resoplando.
-¿Dónde dejamos esto? -preguntó uno de ellos.
-¿Dejarlo? ¿Es que no lo van a montar? -preguntó Carmela.
El que debía ser el jefe soltó una carcajada que se escuchó hasta la farmacia.
-¿Montarlo? De verdad, señora, si quiere lo hacemos pero serán 100 euros más. Tú, niño abre la caja y móntaselo como puedas -le indicó a su compañero.
El chico abrió la caja que estaba llena de abanicos, cogió uno, lo extendió con cuidado y dijo: "Aquí tiene. Funciona moviendo la muñeca tal que así".
Todos nos quedamos con cara de tontos, mirando cómo movía aquel artilugio que, en un principio, pensamos que podría tratarse de un aparato de aire acondicionado de diseño. Volvimos a la realidad cuando el jefe nos preguntó quién firmaba la factura.
-Eso es, doña Monsi -apuntó María Victoria, que ya había cogido uno de los abanicos y se lo había dado a su marido para que practicara el jueguecito de muñecas.
Eisi subió a avisar a la presidenta y, enseguida, bajó al portal. Cuando se abrió la puerta del ascensor, la mujer surgió como si fuera Darth Vader por culpa de un corrientazo que le había dejado un resfriado de campeonato. Peor se quedó cuando vio la factura y preguntó sofocada por qué era tan caro. Uno de los señores le explicó que el montaje siempre encarece.
-¿Pero qué montaje ni que ocho cuartos? -gritó doña Monsi, levantando más aire que el abanico de María Victoria, que su marido agitaba con estilo de jugador de futbolín-. Abónale lo que estaba pactado y ni un céntimo más -le ordenó a Eisi.
Los hombres cobraron y se marcharon. Eisi aprovechó para preguntarle a la presidenta si ya había decidido a quién se llevaría a Fuerteventura de vacaciones.
-Eso. En este edificio somos trece, pero el regalo decía que solo podría elegir a ocho vecinos para que le acompañen -le recordó Carmela.
-¡Basta! Pesados que son todos. Tengo el billete para el 20 de julio, así que tendrán que ponerse de acuerdo entre ustedes. A mí me da igual. Más me gustaría que no viniese ninguno, pero eso no lo contempla la letra pequeña. Lo que no pienso aceptar es ni perros ni cerdos -dijo la mujer entrando en el ascensor de regreso a su piso.
Cuando se cerró la puerta, se armó un revuelo. Todos teníamos razones por las cuales debíamos estar entre los ocho elegidos. Carmela sugirió organizar una reunión para abordar el tema y, esa misma noche, quedamos en la azotea, donde corría algo más de aire.
Carmela tomó la voz cantante.
-Sé que todos queremos ir de vacaciones, pero solo podemos ir ocho más ella.
-¿Po-de-mos? ¿Estás dando por hecho que tú vas? -preguntó la Padilla subiendo el tonito y mirándola como si quisiera decirle "tú con esa barriga y ese ventilador a la espalda no llegas ni a la esquina".
Viendo que la cosa se iba a desmadrar otra vez, Alegría pidió paz y sugirió que hiciéramos un concurso. Neruda, que va mejorando de su golpe en la espalda y sigue enamorado de la joven aspirante a monja, la miró embelesado.
Después de dos horas discutiendo, Eisi recordó que, cuando estaba en la cárcel, solía organizar concursos de resistencia.
-Podríamos hacer uno de abanicos. Los ocho que aguanten más tiempo abanicándose nos vamos de viaje con la vieja.
Y en esas estamos; practicando para el próximo miércoles que es cuando empieza el concurso. Menuda ventolera se va a meter.
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