Sin anestesia. Así han llegado las normas al edificio. No contentos con haber comprado el inmueble, los nuevos propietarios también quieren apoderarse de nuestro cuerpo y alma. Lo bueno es que esta situación ha hecho que, por primera vez, todos nos hayamos unido. Bueno, todos, menos Juanpe y Chaxi, porque, en su caso, la necesidad ahoga y se han rendido a las tonterías de Bartomeu y la Primera Dama. No entiendo cómo, de la noche a la mañana, este joven matrimonio se ha olvidado de que fuimos nosotros, los vecinos de este edificio, quienes el pasado verano les ofrecimos techo y comida cuando ellos se encontraban tirados en la calle con su bebé recién nacido. Como dice la dueña de la pescadería, la mentira tiene las patitas muy cortas y la memoria huye a zancadas.
En fin que la Dolors ha colgado una circular en el ascensor donde exige que todos los que trabajen para el edificio lleven uniforme. Juanpe y Chaxi -los chicos para todo- ya lo tienen: pantalón azul, y camisa grana. Pero Carmela ha jurado y vuelto a jurar que no se va a quitar sus trajes de flores escandalosas que iluminan la escalera aun cuando se va la luz.
- Por encima de mi cadáver- nos dijo el otro día, mientras derramaba medio bote de lejía en el cubo.
- Pues, deberías pensártelo. Viendo el andar de la perrita, son capaces de tomarte medidas para el pantalón y enterrarte con él- le advirtió Bernardo.
¿Recuerdan que el otro día les comenté que las hermanísimas habían contactado con un tipo bastante raro que había empezado a frecuentar su piso por las tardes? Pues, el lunes, Pepe, el poli, después de tropezarse con él en el portal, nos dijo que se trataba de Chicho, más conocido en el barrio por ‘el billar’, por su habilidad a la hora de meter bolas. En ese momento, no entendimos qué quiso decir con aquello pero el miércoles pudimos averiguarlo cuando Úrsula nos citó a Bernardo, a Carmela y a mi, en el cuartito de la azotea que, ahora, se ha convertido en lugar de reuniones clandestinas. Allí nos presentó al tal Chicho y nos contó que el hombre estaba dispuesto -previo pago- a acabar con el Bartomeu y su mujer.
- ¿A…cabar?- pregunté alarmada.
- Sí, niña. Darles un sustito de muerte- me respondió Úrsula.
Mientras tanto, anoche la Dolors envió a su hija, la silenciosa Neus, a que colgara otra circular en el ascensor. Acabo de leerla y dice que “para evitar la mezcla de olores que se percibe por el patio interior, en horas del mediodía, los vecinos tenemos que ponernos de acuerdo y unificar los sabores a la hora de cocinar”. Qué ganas de que llegue el lunes.
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