Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 26 de marzo de 2018

UN PASO ATRÁS
El cartel colgado en la puerta del ascensor, avisando de una reunión urgente en el portal esa misma tarde, desató todo tipo de conjeturas. La Padilla temió que la presidenta doña Monsi fuera a comunicarnos que iba a hacer una procesión de Semana Santa en el edificio, idea en la que lleva años empeñada. Carmela apuntó que la había escuchado hacer gárgaras y alguien dedujo que podía estar practicando para cantar una saeta. Úrsula aportó un dato revelador a la ronda de suposiciones: Horas antes, había visto entrar en el ascensor a Evaristo, el que hasta hace poco había sido nuestro hombre del tiempo, pero no lo había visto salir de allí.
-Dios mío -se horrorizó María Victoria-, ¿y no será que la presidenta está secuestrando a los hombres del edificio para que hagan de costaleros en la procesión?
-Ay, Ursi -le susurró Brígida a su hermana-, hoy mismo te pasas la crema depilatoria por el bigote que doña Monsi cada vez ve menos.
A Úrsula no le gustó nada aquel comentario y, con disimulo, se pasó la lengua por encima del labio superior donde, a su pesar, pudo comprobar que la sabana se había convertido en una auténtica jungla.
-Rápido. Hay que hacer un repaso para comprobar si algún hombre más ha desaparecido -propuso Carmela y todas las miradas se clavaron en María Victoria.
-¿Y por qué yo?
-Eres la única de este edificio que se dejaría engatusar por uno de ellos -afirmó la Padilla.
A regañadientes, hizo el repaso en voz alta.
-Eisi, Benardo, Yeison y el, tristemente desaparecido, Evaristo.
-Vaya. No estamos cumpliendo con la cuota de hombres. En el edificio somos nueve mujeres -comentó Úrsula, despegando uno a uno los dedos de la palma de la mano.

El ruido de unas bisagras oxidadas reveló que alguien entraba al edificio.
-Es Eisi -susurró Carmela.
-Tenemos que evitar que entre en el ascensor o no volveremos a verle -recordó Úrsula y, en ese momento, se dio cuenta de que aquella última parte de la frase no era tan mala idea.
-¿Qué les pasa? -preguntó él mientras pulsaba el botón del ascensor- ¿Reunión de cotillas?
Sin mirar, Carmela estiró el brazo, abrió la puerta para que entrara, cerró y el aparato se marchó en sentido ascendente.
-¿Pero qué has hecho? -preguntó Brígida.
-Tiene pinta de ser buen costalero.
-Rápido que una de nosotras suba por las escaleras y compruebe si sale o no -dijo la Padilla clavando la mirada de nuevo en María Victoria.

Diez minutos después, más agotada que las entradas de la final de murgas, regresó para confirmar lo que se temían. Eisi tampoco había salido del ascensor.
La idea del secuestro iba tomando cada vez más fuerza. A las cinco en punto, hora a la que estaba convocada la reunión, la presidenta bajó al portal, acompañada de un señor escuálido. Los dos llevaban un reloj de pared en las manos.
-¿Solo están ustedes? -preguntó ella.
-Bieeeeeen -gritó Brígida.
-No ha preguntado cómo estamos -le recriminó su hermana-. Tienes que dejar de ver las reposiciones de los payasos de la tele.
-Bueno, no hay tiempo que perder -interrumpió doña Monsi-. Este es Horace Whitaker.
-¿Ha reclutado a un costalero de fuera? -preguntó la Padilla a sus compañeras sin separar los dientes.
-Pues este no aguanta ni un asalto -murmuró Úrsula- escudriñando aquel cuerpo enclenque.
Doña Monsi prosiguió.
-Como saben, esta noche cambia la hora y este año he decidido hacer algo diferente. Cambiar nuestra hora con el presidente de la comunidad de vecinos del edificio Madison de Denver, Colorado.
Sin más, los dos presidentes intercambiaron los relojes que portaban y se estrecharon la mano.
-Desde hoy, en este edificio será la hora del estado americano de Colorado. Senquiu, Horace -dijo ella y él le devolvió una sonrisa.
Solo el ruido de la puerta del ascensor que se abrió en aquel momento, sacó a las mujeres de la perturbación.
Dentro del aparato, Eisi y Evaristo daban los últimos martillazos al clavo que desde el pasado sábado sujeta el reloj que indica que, en nuestro edificio, hay seis horas menos.



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