Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 26 de febrero de 2018

EL MANOLO Y LA CENICIENTA

El hallazgo de un zapato en medio de las escaleras fue la excusa perfecta para que Carmela decidiera posponer la limpieza de las escaleras, que vuelven a tener una capa de polvo que ni el Sáhara en temporada alta. Plateado y con tacón de aguja, lo encontró tirado en uno de los escalones del segundo piso y, como si lo que hubiera visto fuera un cadáver, llamó a voz en grito. Con el corazón en la garganta, acudieron Úrsula, Brígida y la Padilla.

-Se ha cometido un crimen -anunció, apuntando con la fregona hacia el escalón.

- ¡Dios mío! ¿Y el asesino anda suelto por el edificio? -se horrorizó Brígida con la mirada en todas las direcciones.

- Por favor, no exageren. Es solo un zapato -dijo Úrsula, que se agachó a recogerlo.


- ¡Suelta eso, insensata! ¿No ves que puedes dejar tus huellas? La policía pensará que tú eres la culpable, te meterán en la cárcel y, cuando vayas a juicio, habrán pasado tantos años que no te acordarás de lo que pasó y tu abogado te recomendará que confieses que fuiste tú para que te rebajen la condena -especuló la Padilla sin parar a tomar aire.

Ante el funesto vaticinio, Úrsula desistió de su impulso.

- Que alguien llame a la policía.

- ¡Policía! -gritó Brígida.

- ¿Tú eres tonta? La comisaría más cercana está a 10 kilómetros. ¡Coge el teléfono y llama! -le ordenó la Padilla.

-Señoras. Tranquilidad, por favor. Creo que esto se les está yendo de las manos -advirtió María Victoria, que acababa de unirse al equipo de investigadoras-. No hay pruebas de nada.

- Totalmente de acuerdo -apuntó la Padilla- Lo único que tenemos es un zapato tirado en la escalera.

- No es un zapato cualquiera -le corrigió- Es un Manolo Blahnik.

- Bueno, vale ¿y qué hacemos con él? -preguntó Carmela.

- Buscar a su dueña. Si la encontramos, ella será la afortunada que se case con el príncipe azul -bromeó Úrsula.

Al escuchar aquello, María Victoria rompió la barrera que habían formado sus vecinas y agarró el zapato para ponérselo. Desde que Alberto la dejó, se ha vuelto exigente con los hombres. Un príncipe era su última esperanza y, además, siempre había deseado calzarse unos Manolos.

En medio de aquel disparate, Úrsula hizo un gesto para pedir silencio.

- Se oye escándalo en el piso de Eisi -susurró.

- Es la voz de una mujer -apuntó Brígida.

- Seguro que es la dueña del zapato -apostó la Padilla.

- No puedo creer que haya metido en su piso a una? -se horrorizó Brígida, pero, antes de que terminara la frase, Úrsula interrumpió.

- Señoras, síganme -y formó una fila india en dirección al piso de su vecino-. Tenemos que detener esto antes de que lo convierta en la casa de Tócame Roque.

- Espérenme. Yo también quiero ir -gritó María Victoria, que había logrado incrustar su pie derecho en el presunto Manolo.

- Te vas a matar con eso. ¿No ves que te queda pequeño? -le advirtió Carmela, agarrando de la mano a su vecina, que se tambaleaba subida a un tacón de escándalo.

Úrsula inició la expedición a casa de Eisi. En aquella formación, solo se escuchaba la respiración de unos cuerpos fatigados por la falta de ejercicio y el taconeo unilateral de María Victoria. Al llegar, aporreó la puerta.

- ¿Qué pasa? -contestó él.

Úrsula fue directa al grano.

- ¿Estás trayendo mujeres a tu piso?

Eisi asomó la cabeza y vio a sus cinco vecinas en formación.

- Señoras, sé que soy tremendamente irresistible pero ha venido mi madre a traerme la ropa limpia y ahora no puedo. Además, se llevaría un disgusto si las viera -y cerró la puerta.

- ¿Qué ha dicho? -preguntó María Victoria con cara de sufrimiento porque un calambre le recorría la pierna desde el tobillo a la nalga.

- Falsa alarma -se desanimó Úrsula.

La expedición dio media vuelta para iniciar el regreso al portal pero, a medio camino, tropezaron con Xiu Mei, la del tercero que bajaba con una caja.

- Amigas, ¿tú encontlar zapato? -les preguntó.

Las mujeres se miraron antes de responder.

- ¿Es tuyo? -dijo Brígida.

- Sí. Yo lleva caja esta de disfraces de marido mío al garaje y un zapato cayó caja -explicó (más o menos).

- Pues no, no hemos encontrado nada -contestó Úrsula mientras el resto hacía un corrillo para ocultar a María Victoria.

Esa misma tarde, Cenicienta tuvo que ir a urgencias a que le extirparan el falso Manolo.

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