Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 5 de junio de 2017

POLVO ERES
La insistencia desmedida de Carmela fue lo que nos hizo pensar que tal vez podía llevar algo de razón en lo que nos estaba contando. Empezamos a tomarla en serio cuando repitió por vigésima tercera vez en menos de dos días que, en el edificio, había un fantasma y que ella se negaba a seguir limpiando las escaleras. Eso fue lo que nos preocupó, sobre todo porque ya hay más pelusas que escalones y algunas han tomando la forma de esas bolas enormes de matojos que ruedan por el oeste americano.
El martes por la tarde, una de ellas estuvo a punto de arrollar a doña Monsi y fue entonces cuando se montó el lío.
-Haz el favor de acabar con las malditas pelusas -le ordenó la presidenta a Carmela.
-No puedo. Todos los productos de limpieza están en ese cuartito donde he visto al fantasma -le explicó.
-No busques excusas -le espetó doña Monsi-. Nos están invadiendo. Si en una semana todo sigue igual, estarás de patitas en la calle.

Aquellas palabras amenazantes nos encogieron el estómago. No es que Carmela sea un dechado de virtudes con la fregona y el cubo, pero son muchos años con ella y ya la consideramos una más de la familia.
-Tenemos que hacer algo para que no la despida -dijo Brígida, que temía que doña Monsi cumpliera su palabra.
-Pues yo apoyo a la presidenta. Ya está bien. La tía esta se pasa el día cotilleando y sin hacer nada. Ha dejado la limpieza en un segundo plano y así estamos, asediados por las malditas pelusas -se quejó Eisi.
-Yo tengo tres tan grandes en mi casa que estoy pensando en forrarlas y hacer unos cojines -comentó la Padilla.
-Bueno, basta. Un poco de humanidad, que tiene dos niñas pequeñas que se comen todo lo que se mueve -recordó Brígida.
Un breve silencio nos invadió hasta que Úrsula lo rompió con una propuesta.
-Si el problema es el maldito fantasma, acabaremos con él para que Carmela pueda volver a entrar en el cuartito de la limpieza.
-¿Acaso vamos a matarlo? ¿Los fantasmas no están muertos ya? -preguntó asustada María Victoria, temiendo que si le dábamos un golpe certero, el espíritu emitiera algún tipo de efluvio contagioso.
Úrsula nos contó su plan. Llamaría a Retina del Carmen, una vidente que se anuncia en el periódico y que tiene contacto con el más allá.
Esa misma tarde, la señora, una mujer de unos cincuenta años, entradita en carnes y sin tiempo de ir a la peluquería, a juzgar por el encrespamiento capilar que mostraba, llegó al edificio.
-Gracias por atender tan rápido nuestra llamada -le agradeció Úrsula.
-No se preocupe. Estoy acostumbrada a este ritmo de vida.
-Se nota -murmuró la Padilla, observando que, además de su melena rebelde, la señora llevaba un zapato de cada color y la parte de arriba del pijama.
-¿Dónde está el fantasma? -preguntó sacando pecho.
-Vaya con la vidente. Si tenemos que decírselo, menuda gracia -se quejó María Victoria.
-En ese cuartito -indicó Brígida.
Retina del Carmen apretó los párpados, cogió aire y llenó todos los recovecos de su cuerpo. Luego lo soltó de golpe, causando una ventolera espantosa.
-Siento su presencia -dijo ella-. Noto cómo me roza la pierna.
-Pues no es el fantasma -le interrumpió la Padilla-. Son las pelusas.
Una maraña de polvo gigante se le había enredado en los tobillos.
-Buenas tardes, Balduino. Tienes que marcharte de este edificio -dijo la mujer.
-¿Quién es Balduino? -preguntó Úrsula.
-El fantasma. Fue un antiguo inquilino de este edificio que murió asfixiado por sobredosis de polvo.
-A mí no me miren -dijo Eisi.
-Polvo de ácaros -aclaró la vidente.
-¡Dios Santo! -exclamó Brígida.
La mujer seguía con los ojos cerrados y el pecho hinchado.
-Ha regresado atraído por ese polvo.
-¡Las malditas pelusas! -se quejó la Padilla-. Hay que acabar con ellas.
Sin pensarlo, nos pusimos manos a la obra con un zafarrancho de limpieza impresionante. Aquí seguimos. No está siendo nada fácil. Algunas pelusas se resisten y han formado un comando que actúa por el aire. Mientras, Retina del Carmen sigue en conversaciones con Balduino, que le ha dicho que se siente a gusto en el edificio y doña Monsi nos recuerda todos los días que mañana se cumple el plazo.

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