Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 1 de mayo de 2017

UNA VISITA (I)REAL
Solo cuando escuchamos el runrún de su voz ronca, nos dimos cuenta de que aquel hombre que llevaba todo el día pululando por el edificio vestido con un traje oscuro y gafas negras era Eisi. Caminaba moviendo la cabeza de manera imposible en todas las direcciones como si buscara algo o como si huyera de alguien, que es lo más lógico en él. Subía y bajaba las escaleras escudriñando cualquier rincón y había requisado cinco pelusas con pintas peligrosas.
-Pero ¿estás loco? -le gritó la Padilla, que a punto estuvo de tropezarse por su culpa.
-Estoy trabajando.
-¿Trabajando? Tú no sabes lo que es eso. Si el día que escuchaste por primera vez aquello de "y el séptimo día descansó" pensaste que era una redundancia -comentó Úrsula.
-Señoras, no me toquen las narices que estoy trabajando para la Casa Real -dijo Eisi, mientras comprobaba la hora en un reloj de pulsera que no parecía ser suyo-. Me han contratado para reforzar la seguridad. Mañana vienen sus majestades a la Isla.
Las mujeres cambiaron completamente la cara.

-Algo escuché ayer en la tele -dijo la Padilla, que salía a dar un paseo con Cinco Jotas.
-El cerdo no puede estar deambulando por aquí.
-Pero si es uno más de la familia -le recordó ella.
-Ya, pero puede llevar una bomba dentro -dijo Eisi.
-Una bomba lleva pero de grasa -comentó María Victoria, que, desde que se apuntó a un curso de cocina, tiene todo el edificio envuelto en un aroma a cebolla frita.
-¿Y van a pasar por aquí? -preguntó Úrsula.
-No puedo revelar esa información.
-Seguro que sí -dijo la Padilla-. Alguien me contó que, a principios del siglo pasado, Alfonso XIII, el bisabuelo del rey, vino a Canarias y entró en la tiendita que tenían los Hidalgo justo donde hoy está nuestro edificio. Le ofrecieron un vaso de agua.
-Ay, ay... No me lo puedo creer. Entonces hay que limpiar todo -propuso Brígida mirando a Carmela, que saltó enseguida.
-Conmigo no cuenten. Soy más republicana que Pablo Iglesias.
La Padilla, Úrsula, Brígida y María Victoria estaban tan emocionadas por la visita de los Reyes que no les importó que Carmela hiciera huelga de brazos caídos. Las cuatro entraron en el cuartito de la limpieza y empezaron a sacar productos, paños y aparatos que nunca antes Carmela había utilizado. En apenas tres horas, el edificio olía a flores, con un cierto toque a cebolla quemada.
-Dios mío, dejé la sartén al fuego -recordó María Victoria.
Esa noche, Eisi se quedó de guardia. Antes de acostarnos nos dijo que tenía que hacer un reconocimiento en cada vivienda.
-Me lo ordena la Casa Real.
Después de casi una hora de registro minucioso, Eisi se marchó con la cubertería de plata repujada y unas cadenas de oro y brillantes que había encontrado en casa de Úrsula y Brígida.
-Es un regalo de nuestra madre -se quejaron las hermanísimas.
-Señoras, son objetos peligrosos. Tengo que llevármelos si quieren que los Reyes vengan al edificio.
-Por supuesto -se resignó Brígida.
Ya de madrugada, escuchamos golpes en la puerta de la Padilla.
-Pero ¿qué pasa ahora? -preguntó la mujer a medio despertar.
-Necesito que me dejes a Cinco Jotas. Me acaban de avisar de la Casa Real para que compruebe con el perro si hay material explosivo.
-Pero Cinco Jotas es un cerdo.
-¿Qué más da?
Para evitar la discusión, la Padilla le prestó a Cinco Jotas, que se pasó las dos siguientes horas olfateando en busca de cualquier sustancia sospechosa. No encontró nada. Bueno algo, sí porque estuvo más de media hora en la cocina de María Victoria, donde se comió toda la cebolla, cruda, frita y quemada que tenía para su curso de cocina.
Con las primeras luces del día bajamos al portal. Aquello parecía una boda: pamelas, gasas y joyas.
Eisi estaba hablando con su pinganillo.
-Aquí Paloma Rabiche para Halcón Negro. Te escucho.
-Seguro que le están avisando de que ya llegan -dedujo Brígida, que apenas podía girar la cabeza de tanta laca.
-Señoras, operación cancelada -anunció Eisi-. Los reyes han cambiado de planes. Se van a otro edificio construido sobre una plaza en la que Alfonso XIII saludó a un niño que le regaló dos kilos de papas bonitas.
-Hombre, no hay comparación -comentó Carmela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario