Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 20 de marzo de 2017

DESAPARECIDA
El miércoles saltó la alarma cuando la peluquera se acercó hasta el edificio a preguntar si doña Monsi se encontraba enferma, porque no había acudido a su cita semanal y, según nos contó, tenía la costumbre de avisar si no podía ir. Carmela le comentó que el problema no estaba tanto en si le había pasado algo como en que, después de una semana sin lavarse el pelo, la presidenta debía tener más grasa que los dos muslos juntos de un luchador de sumo.
-Pues es verdad que no la hemos visto desde hace días -confirmó la Padilla.
-Cosa que se agradece- confesó Úrsula.
-Pobrecita. ¿Y si está muerta? -preguntó Brígida, pensando que a su edad podría haber sufrido un infarto mientras dormía.
Ante esa posibilidad, nos avisaron al resto de vecinos y, enseguida, Eisi organizó un dispositivo de búsqueda.
-¿Es necesario? Me refiero a lo de buscar a doña Monsi -comentó Carmela.
-Desde luego, qué poco sensible eres -le echó en cara Brígida.
-Señoras, no es momento para ponerse a discutir. Cuanto más tiempo pase será peor -dijo Eisi ataviado con un mono militar, una linterna, un martillo y varias cuerdas.
En menos de cinco minutos, ya había montado el dispositivo de búsqueda para encontrar a doña Monsi. Lo primero que hicimos fue averiguar si estaba en su piso. Después de tocar varias veces el timbre sin obtener respuesta, Eisi forzó la cerradura pero allí no estaba.
-Padilla, revisa el inodoro -ordenó el jefe del operativo.
-¿Qué es eso?
-El váter de toda la vida -le aclaró.
-Uy, no creo que se haya caído ahí dentro. Con las caderas que se gasta se habría quedado encajada -advirtió Carmela.
-No es a ella a quien busco, sino cualquier rastro que haya dejado -explicó.
-Pues ahí dentro solo puede haber dejado uno y bien oloroso, así que me niego a inspeccionarlo -se quejó la Padilla.
Con la máscara antigás puesta, Eisi miró pero no había nada.
-Puede que haya ido al súper -sugirió Brígida.
-Después de cuatro días ya habría regresado -dijo su hermana Úrsula.
-No sé yo. Últimamente, se montan unas colas en la carnicería.
-Pero ella es vegana.
-Vaya, yo creía que era catalana.
-¿Y si se la llevó un espíritu? -temió María Victoria.
-Con el carácter que se gasta la doña ya la habría devuelto -interrumpió Carmela.
Eisi propuso intensificar la búsqueda.
-Hay que peinar el edificio.
-¿Peinar? Con la cantidad de pelusas que hay, más bien tendremos que escarmenarlo -apuntó la Padilla.
-Oigan, ¿y si llamamos a la policía? -sugirió Bernardo, el taxista.
-No. Esa es nuestra última opción. Si metemos a la pasma aquí nos acribillarán a preguntas. Recuerden que ahora mismo todos somos sospechosos y tenemos motivos para haber hecho desaparecer a la presidenta -dijo Eisi mirando a Carmela.
Doña Monsi no era santo de nuestra devoción, pero aquella acusación velada eran palabras mayores.
-Tenemos que seguir buscando, pero si no queremos levantar sospechas, alguien debe hacerse pasar por ella -propuso Úrsula-. Recuerden que la peluquera se fue con la mosca detrás de la oreja.
¿Hacerse pasar por doña Monsi?, pensé. Por tamaño, el único que podría hacerlo era Cinco Jotas, pero ella no suele ir a cuatro patas y huele mejor.
-Mi mujer lo hará. Es la más bajita del edificio -dijo Bernardo.
-Pero es china -recordó Carmela.
-Que abra los ojos lo más que pueda y le pondremos una nubecilla para simular su pelo. Que alguien consiga una nube de esas de algodón de azúcar -ordenó Eisi.
-Sí, vamos... Ni que hubiera un ventorrillo a la vuelta de la esquina -se quejó la Padilla.

-Es cuestión de vida o muerte. Elige -le gritó Eisi, que, con el martillo en la mano, no estaba para que le lleváramos la contraria.
Esa misma tarde, las hermanísimas Úrsula y Brígida se encargaron de caracterizar a Xiu Mei, la esposa de Bernardo. Con la nube de algodón a modo de pelo y con una bufanda que le tapaba media cara, dio un paseo por el barrio para que todos la vieran. Nadie se dio cuenta del engaño y la saludaban como si fuera ella. Lo malo es que Xiu Mei se ha metido tanto en la piel de doña Monsi que ya ha empezado a dar órdenes.

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