Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 10 de julio de 2016

POR LOS PELOS
La transformación del edificio en un hotel de lujo no le gustó nada a Carmela, que aspiraba a un puesto relevante en el cuadro directivo y tuvo que conformarse con seguir limpiando las escaleras. Doña Monsi prefirió que Neruda se ocupara de las habitaciones; especialmente de la de Julio Iglesias, que tiene la "suite" reservada para dentro de dos semanas, que viene a dar un concierto. La presidenta, reconvertida en directora del hotel Cuatro Estaciones, no quería que ninguna otra mujer pisara la habitación del cantante.
-Él es mío -nos recordó en la última reunión de coordinación, y todas lo entendimos, salvo Carmela, que el martes, cuando doña Monsi salió a hacerse el tratamiento de choque para acabar con el encrespamiento rebelde de pelo, se quejó de la obsesión de la presidenta y dijo que, a pesar de la prohibición, ella iba a hacer todo lo posible por sacarse una foto con el artista. 
-Y si tengo que entrar en su habitación, lo haré, diga lo que diga el Sursum Corda -amenazó. 
-Yo también pienso acercarme a él. Quiero que vea los modelitos que voy a lucir las dos noches que pasará en nuestro edificio, hotel o lo que quiera que esto sea -anunció María Victoria, mientras intentaba ajustarse unos "leggins" XS en unas caderas XXL o más. 
Esa misma noche, Eisi inauguró el encendido del rótulo del hotel con el nombre de Cuatro Estaciones en letras doradas. Colgaba, a su manera, del balcón de la Padilla, que no estaba nada contenta de tener aquello destellando como una discoteca.
-Yo creo que esto se nos está yendo las manos -comentó mientras la "e" se iluminaba en su cara enfadada. 
Desde primera hora de la mañana siguiente, una cola infinita en la puerta, que ya quisiera Justin Bieber para sus conciertos, nos sorprendió a todos. Era gente de toda la Isla que venía a reservar habitación. Eisi se ofreció a gestionarlo y, después de una hora, ya no había nadie esperando.
-¿A dónde se fueron todos? -preguntó Carmela. 
-Ya volverán. Les he dado número para lista de espera, pero lo más importante es que ya tenemos a nuestro primer huésped de la "suite" -explicó Eisi-. Un empresario rico, rico. 
-¿Qué? ¿En la suite? Pero si está reservada para Julio Iglesias. Cuando doña Monsi se entere, se te va a caer el pelo -le advirtió María Victoria, justo en el momento en que la presidenta entraba en el portal con un pañuelo amarrado a la cabeza. 
-Tenemos una mala noticia -gritó Carmela, desesperada por contarle la metedura de pata de Eisi.
-No creo que sea peor que esta -dijo doña Monsi, al mismo tiempo que se quitaba el pañuelo y nos mostraba una masa informe de pelo que caía como estalactitas de su cuero cabelludo.

-¡Dios! -gritó Eisi, apartando la mirada, como si un rayo le hubiera cegado.
La Padilla le comentó que el tratamiento de choque que le habían hecho no estaba lo suficientemente probado en humanos. Lo que no se atrevió a decirle es que tampoco lo está en animales. 
-Hay que cancelar la reserva de Julio -ordenó la presidenta.
-Pero si era su mayor ilusión, su última oportunidad para tenerlo cerca. ¿Y el hotel? Mire qué bonito nos está quedando -intentó animarla María Victoria, que llevaba un agujero en el "leggin" después de haberlo forzado a entrar en aquellas caderas.
-No insistan. No quiero que me vea así -se enfadó doña Monsi-. Y desmonten el hotel, que esto vuelve a ser un edificio.
La decisión nos sentó como un jarro de agua fría porque. aunque, en un principio, aquel montaje nos había parecido una locura, ahora nos daba pena tirarlo todo por la borda. El letrero luminoso, el bar de copas, las sábanas nuevas, las escaleras limpias... El sueño terminaba y doña Monsi regresó a su piso cabizbaja. 
-¿Y ahora qué hacemos con la lista de espera de reservas? -preguntó Carmela. 
- ¡Quietas! No muevan nada. Seguimos adelante. La presidenta no tiene por qué enterarse. No voy a perder la oportunidad de sacar tajada alquilando la suite que he montado en el ático -aseguró Eisi.
Y en esas estamos. Ahora, no somos un edificio ni un hotel, sino algo cogido por los pelos.

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