Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

martes, 2 de febrero de 2016

NI EL MÉDICO CHINO
Después de casi un año fuera, pensé que ya no volveríamos a ver a Bernardo, pero el taxista reapareció el jueves a media tarde y nos confirmó que había regresado para quedarse. Carmela, a la que tanto le gusta hurgar en lo más profundo de las personas por si encuentra algo con lo que cotillear, le sometió a un interrogatorio inhumano. Cuando el pobre hombre entraba en el edificio cargado con maletas, cajas y con un jet lag de caballo, saltó sobre él a degüello. 
-Tengo noticias frescas -le contó a las hermanísimas después de haberle sacado toda la información y citándolas en el cuarto de contadores como si lo que les fuera a decir pusiera en peligro sus vidas-. Bernardo se ha casado y mañana llega su mujer.
-Ay -suspiró Brígida-. Con lo que me gusta este hombre. Más de una vez me hubiera gustado... ya tú sabes.
-Pero ¿qué dices, insensata? ¿Dónde has dejado la educación que te dio nuestra santísima madre? -le echó en cara Úrsula.
Carmela también les contó que la mujer de Bernardo era la hija de un empresario que tenía varias tiendas de una cadena conocida en todo el mundo. "Debe ser algo parecido a la hija del de Zara", supuso. Después de despedirse de las hermanísimas pasó la fregona para borrar cualquier huella de aquella conversación. 
Al día siguiente, tal y como estaba previsto, llegó la mujer de Bernardo. 

-¡Están aparcando! -gritó la Padilla por el hueco de la escalera, tras haber pasado toda la tarde de vigilancia en la ventana, tiempo que Cinco Jotas aprovechó para darse un festín con los restos de unas judías compuestas.
-¿Quién llega? -preguntó doña Monsi, que a esa hora salía de casa camino del médico porque llevaba días que el corazón le latía con la sintonía del telediario. 
-Bernardo, que se ha casado y viene a vivir con su mujer -respondió Carmela.
-Está bien saberlo porque, ahora, tendré que ajustar los recibos de la luz y el agua. Siendo dos gastarán más y eso tiene un costo -murmuró la presidenta.
No sé si fue como acto de cotilleo o porque en el fondo somos buenos vecinos, pero, al grito de la Padilla, todos bajamos al portal para recibir a la pareja y conocer a la hija del empresario. 
Bernardo entró precediendo a su esposa.
-Amigos, esta es Xiu Mei -dijo orgulloso y señalando a una mujer de mediana edad que apenas levantaba metro y medio del suelo, delgada y china.
-¿Su padre no era un empresario importante? -preguntó María Victoria, escaneando a la mujer de arriba abajo y bastante decepcionada por la ropa que llevaba.
-Y así es. Su padre es uno de los fundadores de las tiendas de "Todo a un Euro" -explicó Bernardo.
-Gran emporio -vaciló Úrsula.
Carmela trató de ser amable.
-Tú ser bienvenida a este edificio. Nosotros tratarte bien.
-Tú eres tonta, ¿verdad? -comentó la Padilla-. Es china, no india. 
-Les agradezco a todos el esfuerzo pero siento comunicarles que mi mujer no habla español -dijo Bernardo y se marcharon en el ascensor.
Por la tarde, un quejido lastimoso y constante nos alarmó a todos. 
-Es doña Monsi -dijo la Padilla sin inmutarse mientras esperaba sentada a que Cinco Jotas terminará de subir por décima vez las escaleras. El cochino sigue engordando y, antes de que se desbarate, le ha puesto una tabla de ejercicios.
Neruda, que tiene la llave del piso de la presidenta, entró sin pensárselo y, detrás, todos nosotros.
-Es que no se me quita la sintonía del telediario de aquí -dijo la mujer tirada en el sillón y aguantándose el pecho.
-Pobrecilla -dijo Bernardo-. Mi esposa puede ayudarle. Es experta en curar dolencias a través de la meditación profunda.
Esa misma noche, Xiu Mei empezó con una sesión de choque, pero, después de tres días de introspección intensa, doña Monsi lo único que ha conseguido es pasar de la sintonía del telediario a la de la Champions. La Padilla cree que el remedio chino no funciona y que lo que doña Monsi tiene que hacer es subir y bajar las escaleras con Cinco Jotas, a ver si él se olvida de comer y ella, de la musiquita.

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