Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 4 de enero de 2016

Y NOS DIERON LAS UVAS
Como la invitación llegó el día 28, pensamos que se trataba de una inocentada de doña Monsi y no le hicimos mucho caso. Más bien, ninguno. Sin embargo, cuando el martes la presidenta le pidió a Neruda que le conectara el micrófono al hilo musical del edificio, pensamos que tal vez había algo de cierto.
-Ho... hola ¿Me oyen? -preguntó con una voz ronca que nos levantó el estómago-. Como no han respondido a mi invitación, les recuerdo que el próximo día 31 vamos a celebrar una fiesta de Nochevieja en el edificio. No creerán que lo voy a pagar yo todo, así que, cuanto antes, me confirman qué traerá cada uno. Nosotras pondremos la música. Obviamente, esto es una orden.
Enseguida, comenzaron los comentarios de todo tipo.
La Padilla dijo que ella iba a partir el año en su casa, tirada en el sillón y viendo a Manolo Vieira. El pobre Cinco Jotas le miró con cara de desánimo.
-¡Guau! Menudo planazo -se burló Eisi-. Yo también tenía previsto quedarme en casa, pero solo por ver la fiesta cutre que van a montar estas dos soy capaz de ponerme el esmoquin.
-Nosotros no podremos. Tenemos fiesta en casa, con invitados de nuestra clase social -comentó María Victoria, mientras se abrochaba una chaqueta de color langostino.
-Vaya, para una vez que la mujer hace algo positivo, ¿le vamos a dar la espalda? -se lamentó Carmela-. Yo vendré a la fiesta con mis mellizas y pienso pasármelo bien.
Walter, Torito y Neruda también se apuntaron a la celebración. Ellos se encargarían de las bebidas y de los canapés. Úrsula y Brígida se ofrecieron a adornar el edificio y yo dije que haría el postre.
A las nueve de la noche del 31 todo estaba listo para la fiesta. Carmela preparó un par de mesas y vistió a sus niñas monísimas. Antes de que llegara doña Monsi, su hermana Eulalia se presentó en el portal para ver cómo iba todo.
-Toma. Esta es la música para esta noche -le dijo a Eisi, dándole un disco de vinilo de José Luis Perales.
-¿Qué? Ni de coña. No tenemos dónde pinchar esto que es más viejo que usted y su hermana juntas -le largó en toda la cara.
-Qué desagradable. Pues es lo único que tenemos en casa. Claro que la alternativa es que Monsi y yo cantemos.
Ante tremenda amenaza, Neruda se ofreció a conseguir un tocadiscos. 
Cuando doña Monsi bajó, nos deslumbró a todos. La presidenta se había embutido en un traje negro largo de fiesta y llevaba los labios pintados de rojo pasión.
-¡Ños! Mano, parece un caramelo de regaliz a punto de explotar -dijo Eisi, y huyó de su lado temiendo que ocurriera.
-La cena estuvo pasable. Lo mejor, las mellizas que están simpatiquísimas, aunque siguen más gaseosas que un jacuzi. Carmela fue la encargada de separar las doce uvas para cada uno.
Las mías, peladas y sin pipas -le dijo Eulalia, devolviéndole el paquetito.
-¿Peladas? A esta le metía yo doce pero hirviendo y croquetas -dijo Úrsula con cara de malvada.
A las doce menos tres minutos, cuando estaban a punto de sonar las campanadas, María Victoria salió al hueco de la escalera dando gritos como una descosida.
-¡La tele! Se nos ha estropeado la tele. ¡Ayuda, por favor!
Desesperados y muy enfadados, los invitados de María Victoria y Alberto bajaron en tropel al portal y se unieron a nuestra mesa.
-Pon la tele -le dijo doña Monsi a Neruda.
-¿Qué tele? -preguntó.
-Dios mío, no hay tele. Vamos a morir -gritó Brígida metiendo la cabeza entre los pechos de su hermana.
Los minutos iban pasando y el nerviosismo crecía a un ritmo desbocado, hasta que Eisi habló.
-La Padilla. Ella está en su casa viendo la tele.
Sin pensarlo dos veces todos salimos escopetados escaleras arriba. Todos menos doña Monsi, que se quedó atascada en su propio traje y nadie, ni siquiera su hermana, le hizo caso a pesar de los gritos. Eisi forzó la puerta y asaltamos el piso de la Padilla. Allí estaba ella, en pijama y tirada en el sillón. Al vernos nos apuntó con el mando como si fuera un arma.
-Suba el volumen -le ordenó Eulalia.
En ese mismo momento, empezaron a sonar las doce campanadas. Las uvas las habíamos dejado abajo.

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