Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 25 de enero de 2016

UNA TERAPIA DE ALTURA
María Victoria sigue en horas bajas tras el disgusto que le causó ver cómo su marido se marchaba de casa sin darle ninguna explicación. Todos estamos intentando animarla. Todos, menos doña Monsi.
-Ese hombre no se merece que llores por él y menos en medio de la escalera, que las lágrimas por despecho son muy corrosivas y en este edificio no estamos para gastar en productos de limpieza. 
-Qué falta de corazón -se quejó Carmela, apretando la fregona con rabia.
-¿Y si para animarla organizamos un viaje de chicas a Gran Canaria? -propuso la Padilla. 

-¿Chicas? -preguntó Eisi con cierto retintín. 
Esa misma tarde, cuando regresó del paseo con Cinco Jotas, al que le han recomendado bajar cinco kilos, la Padilla le propuso a María Victoria lo del viaje, pero, lejos de alegrarse, se puso a llorar: "Es que tengo pánico a los aviones".
-Vaya por Dios. No hay por donde coger a esta mujer -exclamó Úrsula. 
-Señoras, no pasa nada. Yo sé cómo quitarle ese miedo -apuntó Eisi, y se marchó sin decir más. Eso sí que nos dio miedo. 
Una hora después lo encontramos con Neruda, trasteando con los cables del hilo musical del edificio y pensamos que iba a montar una discoteca, pero, al ver que se metían en el ascensor, Carmela se empezó a preocupar. 
-Pero ¿qué hacen? 
-Convertir el Otis en un Boeing 737.
En ese momento no entendimos lo que quiso decir hasta que, horas más tarde, vimos que al ascensor solo le faltaban las alas. Enseguida, Brígida se ofreció a hacer de azafata y Carmela, de pasajera, acompañando a María Victoria. 
Eisi se puso al frente de la operación, sentado en una mesa con tres pantallas de ordenadores que Neruda había colocado a modo de torre de control. A las 19.55 horas estaba prevista la salida del "vuelo" con las tres mujeres a bordo y con un objetivo claro: que María Victoria superara su miedo a volar. 
-Señores pasajeros bienvenidos a bordo del vuelo Otis 1234 con destino al ático. Por favor, abróchense los cinturones -dijo Brígida con voz de azafata.
-Otis 1234, tiene pista libre para despegar -indicó Eisi, que se había puesto los auriculares de la play para escuchar mejor la comunicación con el aparato. 

Brígida pulsó el botón del ático y el ascensor empezó a subir. 
-¿No reparten chocolatinas? -preguntó Carmela. 
-Calla, que tengo el estómago revuelto. Los despegues me sientan fatal -comentó María Victoria, que, para la ocasión, había escogido un traje de sucedáneo de pelo de mapache.
De repente, el ascensor se paró en seco y se quedó a oscuras. El pánico se apoderó de las tres. 
-Tranquilas, chicas. Brígida, saca las mascarillas para evitar la descompresión -ordenó Eisi. 
-No puedo -dijo ella.
-¿Por qué? 
-Porque no hay.
Eisi fulminó a Neruda con la mirada. 
-No sé para que te pago.
-Pero si no me pagas.
-Con razón. Para lo que sirves.
-No puedo respirar. Nos estamos quedando sin aire -dijo Carmela.
-Brígida, aprieta los botones -le indicó Eisi a la azafata.
-¿Qué botones? Estamos a oscuras -se desesperó la mujer, que, a ciegas, tocaba narices, ojos y pechos de sus compañeras de viaje. 
Preocupado por la falta de aire en el interior, Eisi se puso a teclear todo tipo de códigos en el ordenador sin resultado alguno, y para calmar los nervios le ordenó a Neruda que pusiera música chill out en el hilo musical. 
Mientras tanto, dentro del ascensor, Brígida propuso respirar por turnos para ahorrar aire, pero a María Victoria le entró una crisis de ansiedad y empezó a hiperventilar, con lo que, en cuestión de segundos, había consumido todo el oxígeno del ascensor. 
La situación era cada vez más crítica y, cuando habíamos dado todo por perdido, el del butano entró en el edificio. Ajeno a lo que allí ocurría, el hombre se acercó al ascensor y pulsó el botón de llamada. Sorprendentemente, el aparato empezó a moverse, llegó al bajo, la puerta se abrió sin problemas y las tres mujeres arrollaron al del butano y salieron despavoridas como almas que lleva el diablo. 
-Y usted, a buenas horas llega con la botella de oxígeno. ¡Incompetente! -gritó Carmela.

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