Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL DOCTOR MARAVILLAS
Debido a los últimos achaques de salud de algunos vecinos, incluyendo al cochino Cinco Jotas, doña Monsi ha decidido habilitar el bajo izquierdo como centro de atención médica y ha invertido buena parte de las cuotas de la comunidad en dotar al piso con los aparatos más modernos del mercado.
Carmela está encantada, sobre todo, porque en unos meses se pone de parto y dice que con tantas pruebas se está gastando un pastón.
-¿Pero tú te crees que esto va a ser gratis? La verdad es que, a veces, eres demasiado ingenua -le espetó Úrsula.
En la tarde del miércoles, la presidenta nos reunió a todos en el portal para decirnos que, después de haberse gastado todo el dinero en aparatos, ya no quedaba para un médico, por lo que preguntó si entre nosotros había alguno.
-¿Pero qué se cree? ¿Que este edificio es como un avión que pides un médico y siempre hay uno? -se quejó la Padilla, que todavía anda tocada por culpa de la casi muerte por ahogamiento de Cinco Jotas.
En medio del revuelo, vimos un brazo en alto y una voz dijo: "Yo me encargo". El asombro de saber que había alguien entre nosotros que se ofrecía a ponerse al frente de la atención médica no fue nada comparado con descubrir que se trataba del mismísimo Eisi.
-¿Qué sabes tú de medicina salvo empastillarte? -le largó en toda la cara María Victoria, sentada en la silla de ruedas que le ha comprado su marido porque todavía le molestan los puntos de la reciente operación de apendicitis.
-Mire, señora, ni tantas pastillas me han dejado esa pinta tan hortera que tiene usted con esos leggins de serpiente despellejada. Y para que lo sepa, cuando estuve en la cárcel, le salvé la vida al Flaco, que intentó fugarse por los barrotes de la ventana. 
-¡Vaya! ¿Y qué hiciste? -preguntó Carmela apretándose la barriga como si temiera que una de las mellizas fuera a hacer lo mismo.
-Le miré a los ojos y le dije: Flaco, tú por ahí no cabes.
-¿Entonces? -preguntó Brígida.
-Desistió.
Doña Monsi no entendió bien la historia, porque, en cuanto Eisi terminó de hablar, le entregó la llave del consultorio y le nombró médico oficial del edificio hasta que se pueda pagar a un profesional de verdad.
María Victoria se negó en rotundo a utilizar el consultorio médico y menos con Eisi al frente. 
-Acabará vendiendo los aparatos en el rastro. Ya verás -le comentó María Victoria a su marido, Alberto, que tenía la cara desfigurada por un dolor machacón en la espalda de tanto cargar a su mujer para sentarla en la silla.

Esa noche, Carmela fue la primera en requerir los servicios de Eisi por un dolor intenso de cabeza.
-Tómate esta pastilla cada media hora -le recetó, envuelto en una bata blanca y con las gafas de Neruda puestas.
Un poco más tarde, Alberto fue quien se acercó al consultorio. No aguantaba más el dolor de espalda.
-Te voy a poner una inyección que te va a dejar como nuevo -le dijo.
Neruda, que había ido a recuperar sus gafas, le comentó al perchero, pensando que era Eisi, que no le parecía nada bien que estuviera recetando pastillas y poniendo inyecciones alegremente.
-No te enteras. A Carmela le di una caja de juanolas y al marido de la hortera le hice un pinchazo con la aguja pero sin más. Es un placebo pero ellos se sentirán mejor. Es el poder de la mente.
Neruda puso la misma cara que el día que su hermano le desveló el secreto de los Reyes Magos. A la mañana siguiente, Carmela recorrió el edificio contando que Eisi le había curado y Alberto se pasó todo el día cambiando a su mujer de la cama al sillón, del sillón a la silla y de la silla al váter como si nada.
Al enterarse de las maravillas curativas del nuevo doctor, Úrsula se atrevió a visitarle y le preguntó si podía hacer algo para quitarle unas arruguitas. Por lo que nos ha contado Carmela, Eisi la ha citado para el próximo lunes. Lo que me tiene preocupada es que le ha pedido la caja de herramientas a Neruda.

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