Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 10 de agosto de 2015

UN SEÑOR
La enfermedad de Cinco Jotas ha dejado a la Padilla sumida en la más profunda tristeza. Tal es así que, desde que se llevaron al pobre cerdo para tenerlo en cuarentena, no se ha querido levantar del sillón donde el animalito solía dormir la siesta. 
-Tita, te vas a contagiar -le advirtió su sobrina a gritos desde la puerta de la cocina.
-¿Y qué? -respondió con un hilillo de voz. 
Al día siguiente a que se llevaran a Cinco Jotas, unos señores, forrados de blanco, vinieron a desinfectar el piso, pero la Padilla se resistió a levantarse del sillón y ahí se quedó.
-Como me ponga la mano encima, le arranco el traje de cazafantasmas ese a mordiscos -amenazó la mujer y la dejaron por imposible.
El drama coincidió con el regreso de doña Monsi de su idílico viaje a Fuerteventura donde -según se enteró Carmela- "conoció a un señor". 
-No sé qué tiene eso de especial, yo conocí a varios cuando me fui a Sevilla en Semana Santa hace unos años -apuntó Úrsula.
-Se refiere a algo más amoroso. Tus señores eran costaleros y, además, tú solo tenías ojos para el Jesús del Gran Poder -le recordó Brígida a su hermana.
De un modo u otro, lo cierto es que gracias a "ese señor" doña Monsi llegó más relajada y, por primera vez, la vimos sonreír. 
-Eisi, llévale este caldito a la Padilla. Seguro que le calmará el disgusto por su cerdito -dijo la presidenta, que, además, terminó la frase con un "por favor".
-Señora, no es por no hacerlo, pero yo a ese piso no entro. Está infectado -se justificó, aunque de nada le sirvió, porque doña Monsi se quitó la sonrisa y empezó a ponerse fea.
Al final, fue Neruda, el jefe de seguridad del edificio, quien se arriesgó a entrar en el piso envuelto en una manta esperancera para evitar el contagio. La Padilla agradeció el gesto, pero se negó a comer.
-Se nos va a quedar en los huesos -dijo Carmela.
-Anda ya, ¿tú sabes cuántos años tendría que dejar de comer esa mujer para que empezáramos a verle los huesos? Con la cantidad de grasa que tiene no hay que preocuparse -apuntó María Victoria, que no se quita la mascarilla de su marido y ya empieza a tener un tonito amarillento (la mascarilla). 
El viernes, cuando Carmela salía a tirar el cubo de agua a la calle (mira que le hemos dicho que eso no se hace), un señor entró en el portal y preguntó por la presidenta. Sin pensárselo dos veces, sacó una silla del cuartito de contadores y le invitó a sentarse.
-¡Rápido! El señor que conoció doña Monsi en Fuerteventura está abajo -gritó Carmela de piso en piso.
En menos de tres minutos, Bernardo, las hermanísimas, Eisi, Neruda, María Victoria, su marido, la sobrina de la Padilla y yo bajamos al portal a conocer al hombre que había obrado el milagro en nuestra presidenta.
María Victoria se erigió en la anfitriona, a pesar de llevar unos pantalones de andar por casa, apretadísimos, que dejaban ver y casi oír la sangre que circulaba por sus venas.
-Bienvenido, señor. Doña Monsi baja ahora. ¿Quiere un cafecito? -le preguntó, haciendo un gesto a Carmela para que encendiera la cafetera y otro a Eisi para que fuera a avisarla.
-Qué isla más bonita tiene usted. Ella es una mujer maravillosa. Seguro que le encantará vivir en Fuerteventura -dijo Úrsula, deseando que el señor hubiera venido a pedir matrimonio a la presidenta y se la llevara para siempre.
Cuando le avisaron de que "su señor" estaba en el edificio, doña Monsi bajó las escaleras como nunca: de tres en tres como un saltamontes. 
-Pero este no es el señor que yo conocí -dijo cuando lo vio, más disgustada que el día que perdió el bote de laca del pelo. 
-Entonces, ¿quién es usted? -preguntó Carmela.
-¡Basta! Soy inspector de Sanidad y he venido por una denuncia de un sillón infectado en el edificio -dijo, apartando la silla y sacando una ristra de papeles.
Minutos después, dos señores forrados de blanco entraron en el piso de la Padilla y se llevaron el sillón. Ella iba encima. 

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