Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 16 de agosto de 2015

AGUA VA
Todo hacía presagiar que las aguas habían vuelto a su cauce. Pero en este edificio nada es lo que parece. El lunes pasado la Padilla regresó, después de que los sanitarios concluyeran que no estaba infectada de gripe porcina, aunque el sillón en el que se la llevaron tendrá que pasar un par de análisis más porque de tanta suciedad que tenía encima les ha sido imposible confirmar si tiene o no restos de Cinco Jotas. El pobre cochino aún sigue en cuarentena. Mientras tanto, para levantar los ánimos, Eisi decidió montar una piscina hinchable en la azotea con el beneplácito de doña Monsi, que solo puso una condición: que le enseñara a nadar.
-La última vez que floté fue antes de que mi madre rompiera aguas -confesó la presidenta.
-De eso debe hacer mucho, ¿no? -preguntó Carmela en voz baja.
-La doñita debe estar ras con ras con los tyrannosaurus rex de Spielberg -dijo Eisi mientras leía las instrucciones de montaje de la piscina con el mismo interés que leyó el plano que dibujó el "Perenquén" (un compañero expresidiario) la tercera vez que intentaron escapar de la cárcel.
Aprovechando que no llovía, a pesar de ser agosto, el miércoles por la mañana, Eisi y Neruda armaron la piscina, aunque más se podría decir que lo que armaron fue un desaguisado.
-Pero ¿no se suponía que era redonda? -preguntó Carmela, preparada con la fregona entre las manos por si la nueva infraestructura goteaba.
-Si vamos a empezar ya a poner pegas, me avisas y, entonces, lo dejamos -respondió Eisi bastante enfadado, mientras un hilillo de sudor le recorría la cara y el cuello hasta detenerse en el medallón de oro.
Neruda fue el encargado de llenar la piscina de agua con una manguera que enchufaron a la llave de paso de doña Monsi. Todo esto sin que ella lo supiera, obviamente.
Cuando terminaron, en medio del polvo subsahariano y el bochorno de un agosto atormentado, María Victoria apareció en la azotea, embutida en un bikini fucsia con motivos de Panthera Onca que daba más miedo que el propio felino corriendo a su aire por la Pampa argentina.
-Y aquí, ¿por dónde se entra? -preguntó la mujer.
-Pues subes al murito ese y te tiras. Pero, un momento... -le dijo con la mano estirada-. Antes tienes que pagar la cuota -le advirtió, apuntando con el dedo índice al papel que había colgado en la puerta de entrada a la azotea.
-Qué cara más grande tienes. Después te lo paga mi marido, que yo no puedo perder ni un segundo para hacer mis ejercicios anticelulíticos bajo el agua.
El problema llegó a media tarde. Hacía demasiado calor y todos los vecinos acabamos juntándonos en la azotea. Carmela fue la primera en llegar y se puso a discutir con Eisi porque quería cobrarle también por los mellizos que todavía lleva en su útero.
-Tú no lo entiendes, pero, aunque no hayan nacido, ocupan espacio, y eso cuesta dinero -se justificó él, pero entre todos terminamos convenciéndole. Hicieron falta un par de cervecitas.
A las siete de la tarde, aquello se había convertido en una piscina de esas japonesas, abarrotadas de gente. Hubo un momento en que todos, salvo Eisi y doña Monsi, que había reservado una hora exclusiva para ella a las ocho, estábamos dentro y tan pegados unos con otros que Úrsula creyó sentir que el bikini de María Victoria le daba un mordisco y, entonces, empezó a gritar como una posesa. Carmela se puso tan nerviosa que le dio por mover los brazos como si fuera uno de los gigantes de don Quijote, lo que transformó la piscina en un jacuzzi con pinta de sopa hirviendo con tropezones.
En uno de los vaivenes la Padilla tragó un buche y, temiendo que la piscina se quedara sin agua, Eisi se lanzó en plancha y le dio un leñazo en la espalda para que la mujer expectorase. "¡Échela!", le gritó. Al ver aquella imagen a todos nos dio un poco de repelús y salimos de allí corriendo. En la huida, caímos sobre el borde de la piscina, el plástico se rompió y el agua salió en tromba escaleras abajo.
Esa noche, doña Monsi clausuró la azotea y se quedó sin aprender a nadar. Otra vez será.

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