Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

lunes, 20 de julio de 2015

RESISTENCIA O INSTINTO
No sé cómo fue ni qué fuerza interior me hizo tomar la decisión -tal vez fue el calor-, pero el lunes por la tarde les comuniqué a los vecinos que renunciaba a luchar por una plaza en el viaje a Fuerteventura con doña Monsi. Aproveché que estábamos todos en el portal porque la presidenta nos había citado para quejarse del abuso que, según ella, estábamos haciendo de las neveras.
-Pues claro, señora, con estos calores... ¿Qué quiere? ¿Que ponga el helado en el horno? -se quejó la Padilla y aprovechó la coyuntura para pedirme (ya que yo no iba a ir de viaje) que me quedara con Cinco Jotas.
A la mañana siguiente, María Victoria también me abordó en la escalera para suplicarme "engradecidamente" que me quedara con sus dos caniches.
No pude decirle que no a ninguna de las dos.
-Tú estás loca -me dijo Carmela, más sudorosa que el calcetín de Nadal.
-Es que me da pena. Ya sabes que doña Monsi ha prohibido que vayan los perros y el cerdo al viaje -le recordé.
-Pues que se queden ellas cuidando a sus animalitos. Además, no sé si soportaré ver a María Victoria con bikinis XXL llenos de manchas de tigre correteando por las playas de Corralejo -comentó Carmela.
Tras mi renuncia, Eisi, organizador oficial del concurso de resistencia, sobornó al del butano, con no sé qué chanchullo, para que hiciera de juez. El hombre estaba encantado, sobre todo porque Eisi lo trató a cuerpo de rey.
-Solo tienes que estar pendiente de que mis convecinos no hagan trampas -le explicó mientras le servía un par de cervezas fresquitas y unos berberechos.
-Vaya forma más descarada de comprarlo. No es listo ni nada el exconvicto este -protestó Úrsula.
El miércoles a las cinco de la tarde nos reunimos en el portal y Eisi insistió en que fuera yo quien diera el pistoletazo de salida con su Magnum. Me negué en rotundo.
-Pero si no tiene balas de verdad. Esas las gasté cuando atraqué la carnicería -me dijo tan tranquilo.
-¡Basta! La chica lo hará a lo tradicional -gritó Úrsula y, a la de tres, empezó el abaniqueo loco.
Los primeros cuatro minutos todo fue sobre ruedas, hasta que María Victoria empezó a quejarse de que la Padilla estaba levantando demasiado aire y que eso le afectaba a la garganta.
-Vaya con doña delicada. Me da que tú de lo que tienes miedo es de que se te caiga una de esas manchas ridículas -le dijo señalando a la camiseta aleonada.
Con tanto abanico, el portal parecía una clase de aspirantes a Locomía y, en medio de aquel frenesí, Carmela emitió un suspiro y, sin dejar de mover el abanico, susurró que se encontraba mareada.
-¡Rápido! Que alguien llame a una ambulancia -gritó Alegría.
-¡Nooo! Solo quiero agua -gritó Carmela, temiendo que se la llevaran y perder así el concurso.
Dos horas después, el cansancio empezaba a hacer estragos.
-No puedo más -se lamentó María Victoria, que le colocó el abanico a su marido en la otra mano. Sigue tú por mí.
-¡Eh! Eso no vale. Señor juez, échelos inmediatamente -gritó la Padilla.
-Estoy cubriendo a mi esposa -aclaró Alberto moviendo los dos abanicos.
El del butano puso cara de ¿y-ahora-qué-hago? y, después de consultarlo con la mirada fulminante de Eisi, no tuvo dudas.
-¡Descalificados los dos!
María Victoria chilló como una anaconda acorralada, pero su marido dejó de abanicarse y aceptó la decisión. "No podemos ir en contra de un juez", le advirtió a su mujer, que subió las escaleras con tanta rabia contenida que imaginé que explotaba y llenaba el edificio de manchas de tigres, leones y cebras.
-Ahora solo queda que uno deje de abanicarse y el resto nos vamos de viaje -calculó Eisi.
Una hora más tarde, Carmela volvió a marearse y esta vez cayó redonda al suelo. La Padilla, Úrsula, Brígida, Neruda, Eisi, Alegría, Bernardo y Dolors se acercaron a ella y alguien comentó: "Ya podemos parar. Quedamos ocho". En ese instante, todos soltaron los abanicos.
La felicidad solo duró hasta que el del butano advirtió.
-Pero Carmela no ha dejado de abanicarse.
Cuando miramos a la mujer, tirada en el suelo, comprobamos que seguía moviendo el abanico de forma inconsciente.

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