Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 5 de julio de 2015

HAY UNA CARTA PARA TI 

Julio ha llegado como siempre y Carmela pensó que se quedaría todo el año. Le costó entender que el tal julio era el mes y no un nuevo inquilino. Su problema es que no escucha y, cuando oye algo, su mente empieza a emitir señales que, enseguida, se transforman en palabras que suelta a discreción. Entendiendo por discreción todo lo contrario. En fin, que la llegada del nuevo mes ha venido con novedades. Para empezar, Neruda está de baja, tras el tremendo golpe que recibió con el extintor la víspera de San Juan.
-Pero si solo era espuma -se justificó Úrsula cuando todos le echamos en cara tremenda salvajada.
-Espuma es lo de dentro; te recuerdo que lo lanzaste con el envoltorio -le aclaró su hermana, que, por pena, se pasa las tardes abanicando al convaleciente, intentando que el aire entre por alguna rendija del vendaje.
A falta de Neruda, doña Monsi ha ascendido a Eisi a jefe de seguridad del edificio, lo cual no supone ninguna tranquilidad si tenemos en cuenta que la última vez que ocurrió lo mismo fue cuando, a plena luz del día, nos robaron la puerta de entrada.
A Eisi se le ha subido tanto el cargo a la cabeza que, aparte de ponerse la corbata que dice que su mujer le regaló en San Valentín -aunque lleva las iniciales B.R. y es idéntica a la que perdió Bernardo-, también le ha dado por pedirnos el DNI si queremos subir al ascensor.
-Déjate de tonterías. Me conoces perfectamente -se quejó la Padilla, cuando volvía de clases de ladridos con Cinco Jotas y Eisi le solicitó el documento.
-Cumplo con mi trabajo, señora. Y ¡ojito! que lo tiene caducado -le advirtió.
Con los calores y la barriga de mellizos, Carmela vaga como alma en pena por el edificio. Alegría, la sobrina aspirante a monja de la Padilla, le ha cogido cariño y le ha comprado un ventilador para cada tramo de la escalera.
-Niña, ¿tú estás loca?
- ¡Ay!, tita, es que me da tanta pena. En su estado y limpiando las escaleras -le dijo la joven a la Padilla, que apenas podía oírla porque Cinco Jotas se había puesto a practicar un ladrido amenazador.
-Qué poco la conoces. Su estado es la vagancia pura. Ella se pasa el día subiendo y bajando con chismes y es el aire que levanta el que realmente arrastra las pelusas -le aclaró la Padilla.
El jueves, en su ronda de seguridad, Eisi revisó los buzones y encontró una carta que venía a nombre de la presidenta: "Nuestra agencia tiene un secreto que contarle", leyó en el sobre. Se asustó pensando que doña Monsi había contactado con una agencia de detectives para averiguar su oscuro pasado y, temiendo que descubriera que fueron sus excompañeros de celda los que habían robado la puerta, escondió el sobre. Pero Carmela, al acecho de todo menos de las pelusas, lo vio y subió corriendo a contarle a doña Monsi. En menos de cinco minutos, la presidenta estaba en el portal.
-Eisi, ¿alguna novedad? -preguntó.
-Señora, no señora -dijo él, como si la mujer fuera capitana general de algún regimiento.
-¿Ha llegado alguna carta para mí?
-Carta, lo que se dice carta, va a ser que no, señora.

Doña Monsi, que tiene menos paciencia que yo la víspera de un viaje a Nueva York, empujó al jefe de seguridad sustituto y le quitó la carta.
Rápido, va a ocurrir algo desagradable -gritó Carmela por las escaleras y, como ya es habitual, todos bajamos al portal.
- Alberto, esconde a las caniches. No quiero que sean testigos de una matanza -le pidió María Victoria a su marido.
"Peor es que te vean con esos leggins y aquí siguen, tan normales", pensó él viendo correr a su mujer escaleras abajo.
La Padilla sí decidió bajar a Cinco Jotas. "Tienes que curtirte en peleas", le dijo.
Una vez en el portal, doña Monsi ordenó a Carmela que leyera la carta.
-Estimada señora Monserrat Serrat del Monjos... ¿Usted se llama así ?
-Sigue, imbécil -le gritó.
-...Nuestra agencia le ha seleccionado para que disfrute de unas vacaciones, gratis a Fuerteventura, con ocho vecinos de su comunidad
-¡Vaya! -exclamó Carmela y todos nos miramos pero nadie dijo nada hasta que Úrsula habló.
-Pero somos doce. Cuatro no podrán ir.

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