Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 17 de mayo de 2015

LUCES DE NEÓN
Porque tenía el presentimiento de que su nombre había sido el ganador, Úrsula no paró hasta recuperar la urna que contenía los votos. A primera hora del lunes, se acercó a la comisaría con Neruda para exigir que nos la prestaran al menos unos segundos y así poder rescatar las papeletas de su interior y conocer, de una vez por todas, el nombre que tendría el edificio. Lograrlo era ya una necesidad porque esa misma mañana doña Monsi había advertido de que, si no recuperábamos la urna, ella sería la ganadora. 
-Por encima de mi cadáver -aseguró Úrsula, que temía ver las veintiséis letras de Montserrat Serrat dels Monjos brillando en el cartel de la fachada. 
-¿Y qué vas a hacer si no te la dan? -le preguntó su hermana.
-Eso no va a ocurrir -le dijo mientras rebuscaba en el arcón en busca del viejo Colt 45 de su padre.
-¡Estás loca! ¿Cómo se te ocurre ir a la comisaría con un arma? -le gritó Brígida tratando de evitar que cruzara la puerta. 
A las nueve en punto, Úrsula estaba delante del comisario, exigiéndole que le entregara la urna. El hombre, sudoroso por la ola de calor de esta semana, le dijo que el dueño de la urna ya había venido a buscarla. A la salida, un tipo les susurró que el Chori estaba en el bar de enfrente, y allí lo encontraron. Después de más de media hora con él, Úrsula y Neruda lograron convencerlo para que abriera la urna y comprobase que allí no estaban las cenizas de su difunto gato. Al ver las papeletas pegadas al fondo, se puso como un energúmeno. La única forma de que Chori le dejara a Úrsula llevarse la urna fue regalarle el preciado revólver de su padre y traerlo al edificio para que recuperase las cenizas. 
-Eisi, dile a tu amigo dónde pusiste al gato -le exigió Úrsula mientras Carmela le daba un codazo como diciendo "gato ya no es". 
-Lo guardé en un bote de cristal en el cuartito de contadores -dijo Eisi, temiendo la reacción de su excompañero, que no soltaba ni de casualidad la urna ni el revólver.
Neruda abrió el cuartito pero allí no había nada, ni siquiera luz.
-Yo vi cómo la Padilla se lo llevaba el otro día. Creo que lo confundió con algo para echar a sus salsas -confesó Carmela.
-Santo Dios, no me lo puedo creer. Rápido, vamos a ver si podemos salvarlo todavía -ordenó Úrsula, que empezó a subir las escaleras seguida de Chori, Neruda, Eisi y Carmela. Doña Monsi también se unió al oír el griterío.
La Padilla abrió la puerta y no entendió nada al verlos a todos allí hasta que Neruda habló. 
-¿Dónde está el bote de cristal?
-¿Cuál? ¿El de las especias raras esas? -preguntó la mujer haciendo señas para que la acompañaran a la cocina-. Ahí -dijo apuntando con el índice a un túper.
Entre el olor y el impacto, Carmela cayó desvanecida sobre una de las sillas y Chori se quedó mudo, lo cual agradecimos todos porque si aquel hombre llega a decir algo en ese momento lo hubieran escuchado hasta en un búnker en Camberra. 
Úrsula fue la única que se atrevió a abrir el túper que contenía la salsa cocinada para acompañar al pulpo que retozaba sobre el pollo. 
-Qué vergüenza. Volvemos a ser el hazmerreír del barrio -se quejó doña Monsi mientras Úrsula aprovechaba para arrancarle la urna de los brazos a Chori, aún en trance.
-Deja eso ahí, insensible -gritó la presidenta-. El pobre hombre con un disgusto tremendo y tú solo piensas en ganar. Se acabó. Se anula la votación. Desde hoy, el edificio llevará el nombre de su gato. Neruda, averigua cómo se llamaba. 
-Calabozo -respondió Eisi-. Es que lo encontró cuando estaba en la cárcel -aclaró.

El sábado, Neruda colocó las letras en el cartel de la fachada, pero, sin darse cuenta, cambió una letra y, ahora, cada noche, las luces de neón parpadean "Calabaza" en recuerdo del minino. La que está intratable es Úrsula. Normal. No solo perdió la opción de ser vicepresidencia del edificio, sino el revólver de su padre. 

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