Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 10 de mayo de 2015

GATO POR URNA
Lo de la semana pasada fue de auténtica locura. La tarde del miércoles, Eisi llegó con la urna que le dejó su ex compañero de celda para la votación del nombrecito. El hecho de que la trajera con las cenizas de su gato, aún dentro, nos hizo dudar de que realmente hubiera sido un préstamo.
-¿No se la habrás robado? -insinuó Carmela arqueando las cejas con temor a que derramara las reliquias del difunto minino sobre las escaleras.
-Pero qué manía tienen todos de dudar de mí -se quejó Eisi mientras vertía el contenido en un bote vacío de pimientos morrones que le había dejado la Padilla. La mujer sigue obsesionada cocinando salsas para cefalópodos de todo tipo.
La urna de madera barnizada quedó guardada bajo llave en el cuartito de contadores, hasta el domingo. Junto a ella, el bote de cristal, en cuya tapa Eisi escribió "Miau".
Esa misma tarde, Neruda terminó de colocar el cartel luminoso de la fachada que albergará, si nadie lo remedia, el futuro nombre del edificio. Las Bitels, las cuatro clientas fijas de la peluquería de Lupe, prefirieron quedarse a "ayudar" al pobre hombre, dándole indicaciones desde la calle, antes que ir a darse el tinte. A juzgar por las raíces decoloradas, no calcularon prioridades.
Pero el auténtico lío empezó el sábado por la mañana. Doña Monsi mandó colgar un cartelito en el ascensor donde anunciaba que ese día quedaba totalmente prohibido hablar entre nosotros; según ella, para no influir en el voto. Eso fue lo que le dijo a Carmela a la que le cerró la boca con la palma de la mano cuando empezó a pronunciar los buenos días.
-¡Cállate, insensata! Es jornada de reflexión, así que no se te ocurra decir nada -le amenazó y Carmela incluso temió ir al baño cuando le entraron las nauseas matutinas.
El domingo, Neruda nos citó a todos en el portal a las siete menos cuarto de la mañana. Allí, nos explicó cómo iba a ser la votación.
-Hemos hecho un cribado de todos los nombres presentados y solo cuatro han pasado a la final. Ahí tienen las papeletas -dijo señalando a una mesa.
-Debe de haber un error. El nombre que yo propuse no está entre los finalistas -se quejó María Victoria, ajustándose los leggins.
-Querida, ya te dije que Tiger Woods, Lion King o 101 Dálmatas no iban a colar -le recordó su marido que se llevó una mirada tan fulminante de su mujer que pudo comprender lo que puede sentir una mosca pulverizada con Baygon.
La votación transcurrió con tranquilidad. Neruda y Eisi fueron los encargados de vigilar la mesa electoral. Bernardo se ofreció con su taxi a traer bocadillos de la Garriga y Úrsula no se movió del portal ni un solo segundo. Su nombre era uno de los cuatro elegidos y, cada vez que alguien cogía una papeleta contraria, tosía de forma intimidatoria. Por fin, a las nueve de la noche, se cerró la urna y doña Monsi, ya en pijama, dada la hora que era, bajó para empezar el recuento.
Neruda era el encargado de abrir la urna, pero, justo en el momento en que iba a retirar la tapa, un hombre irrumpió en el portal, acompañado por dos policías.
-Ahí está -dijo señalando a Eisi.
No sé si por su color o por su olor agrio, Carmela y yo supimos enseguida que aquel tipo era Chorizodeperro, el ex compañero de celda de Eisi y dueño de las cenizas que descansaban en el bote de pimientos morrones.
Uno de los policías requisaba la urna, mientras el otro le ponía las esposas a Eisi.
-Alto ahí. No se la pueden llevar -gritó Ursula haciendo una seña a Carmela que les atravesó la fregona que terminó confiscada también.
En medio de todo el lío, la Padilla, que se pasó toda la jornada electoral cocinando calamares en salsa roja, entró en el cuartito de contadores y recuperó su bote de pimientos morrones. "¿Vaya, qué especias habrá guardado el loco ese aquí?", se preguntó.
Esa noche, doña Monsi acudió a comisaría para que nos devolvieran la urna o al menos los votos que contenían el nombre ganador, pero lo único que le devolvieron fue a Eisi.

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