Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 26 de abril de 2015

AMORES QUE DUELEN Y HUELEN 
Me podía haber imaginado que doña Monsi fichaba por Telecinco para hacer de mala malísima en alguna tertulia. Me podía haber imaginado que Bernardo se dejaba cortar su melena a lo Jackson Five, que ya va por la talla XL. Y me podía haber imaginado a Carmela pasando la fregona hasta tres veces por el mismo escalón. Lo que nunca me podía haber imaginado es que la Padilla cayera enferma por amor. Pero casi siempre, la realidad supera la ficción y, esta vez, así ha ocurrido. 
El flechazo ocurrió el lunes en su váter, cuando el fontanero trataba de desatascar el maloliente inodoro, que no respondía a los insistentes esfuerzos del hombre ni de sus herramientas, por lo que, al final, ella se vio obligada a confesar que había tirado allí los restos de unas potas compuestas. 
-¿Ha dicho potas? -preguntó el fontanero a través de la mascarilla.
-Sí, ya sé que eso no se hace, pero me sobraron en Semana Santa y ayer cuando hice limpieza en la nevera las vi, y bueno..., el resto ya lo sabe usted -se excusó avergonzada.
-No, si a mí me encantan las potas, aunque están mejor antes de que se pudran -reconoció el hombre, quitándose la mascarilla y dejando ver unos labios perfectos y una sonrisa carnosa que provocaron que la Padilla creyera que iba a salir volando al empezar a sentir un mariposario entero revoloteando en el estómago-. Según le confesó más tarde a Carmela, la broma de las potas le costó cara, pero reconoció que habían sido los 100,88 euros que con más gusto había pagado.

-Sé que pude parecerle tacaña esperando por los dos céntimos de la vuelta, pero lo hice solo por sentir el roce de sus portentosos dedos en la palma de mi mano -dijo, haciendo que las náuseas diarias de la pobre Carmela comenzaran antes de lo previsto. 
Desde aquel día, la Padilla ya no paró de hablar ni un solo segundo del fontanero. Su obsesión llegó a tanto que el jueves, sin que nadie la viera, rompió a golpes una de las tuberías del edificio. Necesitaba verle de nuevo. Recrear la vista en aquellos labios carnosos, en aquellos dedos como espárragos. Tenía que hacerle olvidar la imagen del váter atascado y pestilente. Quería cocinarle unas potas como Dios manda e invitarle a cenar. Se había enamorado. 
-Conozco al fontanero ideal para arreglar la tubería -sugirió, mientras la presidenta y algunos vecinos mirábamos incrédulos aquel apaleamiento sospechoso de la tubería. 
-Qué fontanero ni qué tonterías. Para estos casos tenemos a Eisi -le recordó doña Monsi.
A las tres horas, después de una batalla infernal con la tubería, Eisi nos comunicó que ya estaba arreglada y que podíamos usarla sin problema. No pasaron ni cinco segundos cuando un grito desgarrador retumbó en todo el edificio. Provenía de la peluquería del ático. Subimos en tropel asustados por lo que podríamos encontrarnos y, al llegar, vimos a Lupe, la peluquera, en el lavabo, tratando de calmar a una de las clientas, que apestaba a potas descompuestas.
-Lo siento, Angelita. No sé qué ha podido pasar -se disculpó, tratando de despegar los restos pringosos del molusco cefalópodo de su cabello. 
-Déjelo, qué asquerosidad más grande. Les voy a denunciar a Salud Pública -amenazó la señora, agarrando una toalla, colocándosela a modo de turbante y cogiendo el móvil.
-Lo ven ya les dije yo que esto debía hacerlo un profesional. ¿Por qué no llaman al fontanero que me arregló mi váter? -insistió la Padilla. 
Cinco minutos después, el fontanero apareció en el edificio.
-Vaya, qué rápido ha venido -comentó Úrsula al ver al hombre de labios carnosos.
-Pero si aún no había empezado a marcar su teléfono -dijo la Padilla al mismo tiempo que su corazón sonaba como el hipódromo de Ascot en el momento final de la carrera. 
Estaba a punto de acercarse a regalarle un abrazo por haber venido en su auxilio, cuando la señora de la toalla con potas dijo, señalándole: "Este es mi marido. Lo he llamado para que inspeccione el lavabo. Después, iremos a poner la denuncia". 
A la Padilla se le vino el alma a los pies.

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