Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

martes, 20 de enero de 2015

DOBLE O NADA
Carmela se ha pasado toda la semana sin limpiar las escaleras por prescripción policial. Los agentes le dijeron a doña Monsi que necesitaban cualquier prueba, por mínima que fuera, para encontrar a Miniña, la caniche de María Victoria, desaparecida en extrañas circunstancias. El lunes comenzó la ronda de interrogatorios en el portal y todas las declaraciones apuntaron a Carmela como principal sospechosa.
-Le escuché quejarse de la perrita porque se hacía pis en las escaleras cuando don Alberto la sacaba por las mañanas -dijo Bernardo, que declaró con las gafas de sol puestas como si no fuéramos a saber que él es el único calvo del edificio. 
-Será capullo... -murmuró Carmela, que, más que nunca, deseaba tener la fregona entre las manos. 
Después de cuarenta minutos, uno de los agentes se despidió de la presidenta y le explicó que tenía que acudir a otro servicio, pero que dejaba a Pelayo, que se encargaría del caso. A doña Monsi no le gustó nada el lío que se estaba montando por la desaparición de un "simple caniche" y llamó a Neruda. 
-Si esta tarde no aparece el perro ese, te acercas a la perrera y traes uno parecido -le ordenó.
-Pero, señora, no me acuerdo mucho cómo era. En realidad, solo estuvo dos días entre nosotros. Recuerde que fue un regalo de Reyes -le dijo el jefe de seguridad y otras cosas del edificio. 
-Excusas, excusas. ¿Qué más da un perro que otro? Le ponemos unas mallas y una chaquetita vaquera y ¿quién va a decir que no es Miniña? Venga, tira palante.
Durante toda la mañana del martes, Pelayo se dedicó a recoger muestras del pis y de las huellas de las pisadas.
-¿Y eso cómo va a ayudar a encontrar a mi cachorrillo? -preguntó entre lágrimas María Victoria, mirando con desconfianza a Carmela, que observaba, con los brazos cruzados y una rabia contenida, la operación del CSI. 
-Cualquier indicio es importante -le respondió Pelayo, echando un líquido de color azul eléctrico sobre los escalones.
La búsqueda fue infructuosa y esa tarde el "walkie" de Neruda empezó a hacer ruidos extraños hasta que se dio cuenta de que era la voz de su ama (perdón, de doña Monsi), que surgía desde lo más profundo del aparato: "Ya sabes lo que tienes que hacer". 
El miércoles, a primera hora, la Padilla nos despertó a todos con un grito desgarrador. En menos de un minuto la pandilla del pijama, que es como ya nos conocen en el barrio, salimos a la escalera a ver qué pasaba. Yo me temí lo peor hasta que vi cómo María Victoria se abrazaba a Miniña, que acababa de subir hasta su piso en el ascensor.
-Es pija hasta en eso la perra -murmuró Úrsula, refiriéndose a la caniche. Supongo.
Ante el asombro de todos los vecinos, Neruda explicó que la había encontrado en la puerta cuando salió a saludar al barrendero y que la reconoció enseguida por la ropa. En el mismo instante en que María Victoria se reencontraba con su perrita y la acurrucaba entre sus pechos cubiertos con una bata del Rey León, su marido Alberto -que al tener el sueño pesado no se había enterado del alboroto- salió a la puerta anunciando que había encontrado a Miniña en la casita de Pepa Pig que los Reyes le habían dejado a su nieta. 

-Eso es imposible -dijo la Padilla, mirándole con la misma cara de repugnancia que pone cuando despelleja el pollo.
-A mí no me extraña. No saben lo caro que están los pisos ahí fuera -apuntó Brígida. 
Como si hubiéramos visto un fantasma, todos nos quedamos de piedra al confirmar que María Victoria no solo tenía uno, sino dos caniches entre sus brazos. Doña Monsi le hizo un gesto con la cabeza a Neruda y este abrió los ojos más que el emoticono sorprendido del "whatsapp" al más puro estilo "mí no entender". Quien no dijo nada fue Carmela, que abrió el cuartito de la entrada, sacó el cubo y la fregona y se puso a limpiar las escaleras.

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