Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 26 de octubre de 2014

CON LACA Y A LO LOCO

Apenas levanta un metro del suelo pero es tan segura de sí misma que parece estar anclada. Para ganar en altura, lleva el pelo acomodado como si fuera la nata de un cupkace recién cocinado, esponjoso, ahuecado y hacia arriba. Lo mantiene inamovible a base de litro y medio de laca y eso le da unos cuantos centímetros más. Montserrat, la suegra de Dolors -la presidenta ausente- regresó al edificio el lunes por la tarde después de pasar un par de semanas en La Palma. Úrsula se tropezó con ella en el portal y le preguntó si había venido para quedarse.

- Sí, claro. Ya le dije a mi nuera que quería conocer las Canarias a fondo y estaré hasta Navidad -contestó la señora tocándose un lateral de su peinado que empezaba a descolgarse por culpa de la humedad.

- Qué alegría me acaba de dar. Ya sabe qué usted es la presidenta de nuestra comunidad en ausencia de su nuera -le aclaró Úrsula que no soporta que el italiano pescadero se haya quedado al frente.

- Sí, lo sé. Voy a descansar un rato y luego tomaré las riendas de este edificio. Dígale a los vecinos que a las cinco nos vemos en mi piso -le pidió la señora.

Úrsula estaba encantada con que doña Monsi, que es como hemos decidido llamarla porque lo de Montserrat nos parecía excesivo para su minúsculo cuerpecito, hubiera regresado.

Esa tarde, todos bajamos a su piso. Aquella vivienda olía a una mezcla extraña entre café recién molido y a litros, casi metros cúbicos, de clorofluorocarbono que la señora se había pulverizado encima. Bernardo, Úrsula, Brígida, la Padilla, el italiano, Carmela, Neruda y yo esperamos en el salón hasta que doña Monsi terminó de arreglarse y salió a saludarnos.

- ¿Pero qué es eso? -susurró la Padilla al ver acercarse lo que luego calificó como una especie de tarta de diseño barroco.





Carmela no hacía sino pensar en las consecuencias que tendría el uso desmesurado del producto del pelo.

- Espero que doña Monsi no utilice mucho las escaleras porque me da que esa laca se cae a trozos con el movimiento. Dios santo, se va a comer el esmalte del suelo -le dijo al oído a Bernardo.

La señora fue muy amable con nosotros. Nos contó que se había quedado viuda hacía unos meses y que por eso había decidido venir a Tenerife, donde ahora vivían su hijo y su nuera aunque, por cuestiones políticas, se habían tenido que marchar a Barcelona un tiempo. Durante la conversación, doña Monsi bajó de altura al menos dos veces a pesar de que, de vez en cuando, ella misma se estofaba el pelo para recuperar volumen.

La reunión transcurrió tranquila hasta que a la nueva presidenta se le ocurrió contarnos cuáles eran sus normas para la comunidad.Desde hoy, habrá tres cometidos ineludibles en este edificio -dijo y, sin avisar, empezó a reírse con tanta fuerza que parecía un bote de ketchup que alguien había cogido para agitar. Minutos después, descubrimos dónde empezaba realmente su cabeza y cómo era su pelo natural. Qué penita

Tras el ataque de risa, se tranquilizó y nos definió cuáles eran las tres funciones que teníamos que repartirnos: Limpiar las escaleras, acompañar a la gente (vecinos y visitantes) durante el trayecto en el ascensor y ayudarle a ella a subir la compra del supermercado. "Esas tres personas optarán a final de mes a un bono regalo sorpresa", aclaró doña Monsi, colocándose el mantelito de la mesita del aparador sobre la cabeza, tras descubrir los efectos causados por el ataque de risa.

- ¡Me pido limpiar las escaleras! -gritó Carmela.
Yo también -dijo Úrsula y luego Brígida y la Padilla y Neruda y casi... yo.

Como no podía ser de otra manera, empezó la discusión vecinal pero doña Monsi dio un golpetazo en la mesa y nos calló a todos. "Yo decidiré quién hace qué" -gritó enfadada.

Este mes, Bernardo limpiará la escalera; la Padilla hará de botones del ascensor y Brígida le ayudará con la compra del super.

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