Los vecinos

Los vecinos
Aquí estamos los vecinos del edificio. Ilustración: Axel de la Rosa

domingo, 8 de junio de 2014

THE HONEY MOON


Al final hubo boda, vestido y hasta luna de miel. Precisamente eso -el viaje de novios- es lo que me ha tenido apartada en esta última semana. Pero vamos por pasos. Tal y como estaba previsto, Carmela y Pepe se casaron el día de Canarias, el pasado 30 de mayo. Fue una boda extraña porque el cura era el hermano de Fermina, la madre de Pepe -a la sazón el novio- como diría Jaime Peñafiel en su dialecto real.  Eso no le gustó demasiado a Carmela que esperaba que la casara don Tomás, el de su parroquia de toda la vida. Pero ‘la mamma’, que es como llaman en el edificio a Fermina, lo quiso controlar todo y lo consiguió con la ayuda inestimable de las Bitels que se han convertido en sus 'correveidilesyhazloqueyodigasinonosoytuamiga'.

Después de tanto lío con el traje de novia, ellas son las que terminaron confeccionando el extraño vestido, elaborado con la gasa del visillo de las ventanas de mi salón. El tejido era tan transparente que el cura no apartó la mirada de Pepe durante la ceremonia, intentando evitar cualquier mal pensamiento. Aunque parezca increíble, todo salió perfecto, salvo por un pequeño incidente sin importancia. O sí. Ya no sé. Carmela invitó a su boda a Chen Yu y a su madre, la centenaria Lili Wei, que si recuerdan se había puesto el auténtico traje de boda que después no se pudo quitar. La señora que ya no rige demasiado bien, quiso estar al lado de los novios durante la ceremonia y, como no entraba en razón a pesar de los gritos -en chino- de su hijo en la casa del Señor, Carmela decidió que la mujer se quedara a su lado durante el casamiento. 

- Déjala Chen, a esas edades ya son como niños y recuerda lo que decía Jesús: "Dejad que los niños se acerquen a mi". Pues eso- le dijo ella pero estoy segura de que él no entendió nada de nada. Lo sé porque los ojos se le hicieron todavía más pequeñitos.

Lo que no esperaba nadie es que en el momento de darse el beso, fuera ella -la anciana china- quien morreara a Pepe que, después, se pasó todo el banquete limpiándose la boca como si temiera que, de un momento a otro, el cura fuera a decirle que ese beso sellaba su matrimonio con Lili Wei. Por si las moscas, cada vez que el cura hacía amago de acercarse a su mesa, Pepe se iba al baño. 

Como ven, todo normal o por lo menos lo que se podía esperar. A la boda también asistieron algunos  vecinos del edificio. Úrsula y Brígida no pararon de criticar cada uno de los modelitos que se les cruzaba por delante, hasta que la Padilla, vestida de verde pistacho con una especie de nata montada a modo de tocado, les dijo que como se les ocurriera decir una palabra de su traje se hacía amiga de Dolors -la propietaria y presidenta de la comunidad que por supuesto no fue a la boda. 

- Yo no tengo tiempo para perder. Tengo que levantar este edificio que está peor los hermanos Leman después del colapso financiero- le dijo a Fermina cuando bajó a entregarle la invitación de la boda de su hijo.

Dos días más tarde, Bernardo, el taxista, dedujo que se refería a Lehman Brothers. Lo curioso es que Bartomeu, el marido de Dolors, se acercó a la iglesia a felicitar a los novios. Úrsula piensa que al marido de la presidenta le gusta Brígida y avisa que en breve -como don Juan Carlos y doña Sofía- anunciarán su separación. 

La boda salió bien. Cenamos estupendamente y Pepe y Carmela bailaron una isa en lugar del vals, ya que la ceremonia coincidió con el día de Canarias y "no hay que perder la tradición", dijo la novia que llevaba algo azul, algo blanco y algo amarillo en honor a la bandera. 

Hasta aquí, todo bien. Pero, al día siguiente, temprano, Carmela me llamó al móvil para decirme que hiciera las maletas, que nos íbamos a Nueva York.

- ¿Nos? - le pregunté.

- Sí, tienes que venir con nosotros, por favor, porque Fermina, mi suegra, nos ha regalado el viaje de novios pero dice que solo a condición de que ella también venga con nosotros y claro, no me puedo creer que nos vaya a estropear nuestra luna de miel. Así que te pido que te encargues de entretenerla a ella. Carmela me lo dijo tan agobiada que no tuve más opción que decirle que sí.

Y ahí he estado los últimos diez días: en Nueva York. Acompañando a la madre de Pepe para que no le estropeara sus primeros días de casados. 

No sé cómo explicar esta experiencia de 'luna de miel' compartida. Fermina y yo subimos al Empire State después de saltarnos una cola de al menos 60 personas y, cuando el vigilante nos iba a detener, Fermina puso cara de cordero enfermo y le explicó en su inglés caducado y arrugado que apenas le quedaban dos días de vida y que su mayor sueño siempre había sido poder estar donde Ann Darrow cuando King Kong la cogió entre sus garras. Al día siguiente, me llevó de compras a la 5ª Avenida pero yo le dije que aquellos precios eran prohibitivos para mi bolsillo.

- Niña, tú haz como si fueras la sobrina de Donald Trump y cuando vayas a pagar di que tu tío pasará mañana con la tarjeta- me dijo con tanta naturalidad que a punto estuve de hacerlo hasta que, a última hora, le dije que prefería ir a China Town. 


En fin, que ayer regresamos los cuatro del viaje de novios. Carmela y Pepe se lo pasaron divinamente. Fermina, también y hasta el último minuto estuvo dando la nota. Al dejar el hotel, le confesó a Tom, nuestro conserje que se había enamorado de él y que volvería pronto a buscarlo. El pobre hombre sonrió amablemente, metió las maletas en el taxi y le dijo al conductor: “Rápido, al JFK” y eso que íbamos con cuatro horas de tiempo antes de la salida del vuelo. Cuando el taxi arrancó y cuando el skyline de Nueva York nos decía adiós, le agradecí -a pesar de los días de apuro que me hizo pasar- la oportunidad que me había dado de poder regresar a la ciudad de mis sueños. 

Nada más entrar en el edificio, respiré la dura realidad de esta comunidad de vecinos. 

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